Querido diario: día 1






Querido diario:

Padezco el síndrome de mí desde que tengo uso de razón. No es mortal, pero te jode la vida. He probado de todo: emborracharme hasta morir; mentirme como un auténtico profesional; romper el cerdito y gastármelo en psicólogos; cerrar muy fuerte los ojos y desear ser otro; tirarme de un tercero; llorar hasta secarme...y no hay cura. Así que lo único que puedes hacer es aceptarlo. Vivir con ello como vive un hombre sin piernas sin piernas, como vive un sordo sin poder escuchar su propia voz; como viven las orugas siendo orugas. 

El síndrome de mí, entre otros, comprende los siguientes síntomas:

-La gente te mira raro. Porque vas como al revés a todos lados. Pensando en no se sabe qué. No hablas mucho y cuando hablas, nunca es lo que el otro quiere escuchar. No has visto un protocolo en tu puta vida. 

-Alergia a las conversaciones banales tipo ayer me comí un coño o mi equipo es el mejor y el tuyo es una mierda. 

-Amar cada átomo. De cualquier cosa. Un trozo de madera, el agua de un río, la nieve, el pelo de las muñecas, las latas de tomate triturado, las cáscaras de pipas, los rayos del sol, los almanaques, el asfalto y la salsa barbacoa, los tigres, el cubito y el radio, en fin, así hasta el fin de mis días.

-Parecer idiota. Hasta el punto de que casi te lo crees. 

-No rendirse nunca. Da igual que te apaleen como a un perro, da igual que te pase por encima un camión, da igual cuántas puñaladas por la espalda, cuántos sobornos te ofrezcan para que vayas hacia la luz, da igual las patadas en la boca, perder un trabajo, un amor, el tabaco, tú, nunca te rindes. Lo llamas tu camino. Y no siquiera sabes muy bien donde va a llevarte.

-No tener nada que perder. Y eso a veces te convierte en alguien peligroso.

No hay medicación. Bueno, el mar ayuda; pero también puede tragarte.

Pero si aprendes a jugar al basket y resulta que sin brazos haces canastas de tres o, eres ciego pero cruzas la calle y sabes dónde esta la sal y qué rico debe estar el culo de la cajera del súper o, vives en una zona de guerra porque el mundo es así y te ha tocado pero te levantas y sales a trabajar y a la vuelta todavía estás vivo y hay sopa en la mesa, si quieres, si puedes, si todavía respiras... yo puedo vivir con esta enfermedad. Es la opción. No tengo otra.

Puedo poner una película y llorar lagrimones como pelotas de ping pong que caen al suelo y hacen plo plop, porque la chica rubia se va a Boston, joder, en vez de quedarse con Bryan, que está de rodillas ante ella, tan tonto, tan pobrecito, diciéndole, Doris, no te vayas, yo, te amo más que a nada en este mundo, por favor.
Por favor.

Por favor.

Jódete Bryan. Aprende a vivir sin Doris. Échale huevos. 

Puedo salir a pasear y rozar con la punta de los dedos las paredes y oler cómo huelen las mujeres que pasan por mi lado y puedo, seguir bajo la lluvia un rato más. Tengo en casa aspirinas. Merece la pena, y sé que algún día lo echaré de menos. Puedo comer queso y puedo acostarme muy tarde porque estoy inventando una cosa que da vueltas, así, y que no sirve para nada. Sólo da vueltas.
Así.

A mí me gusta.


Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*