Oliver y la oruga

Por: Yara Zemo

El niño corría con lágrimas en los ojos a través de la alta hierba que se mecía con el viento del atardecer. Las gotas en los ojos apenas le dejaban ver, pero seguía moviendo las piernas con fuerza. Cada vez se sentía más libre. Paró en seco. Se restregó la manga por la cara, dejándose los surcos de la tristeza marcados en sus mejillas.

Miró a su alrededor. El paisaje era todo calma, pequeños pájaros volaban en el cielo y las ramas de los árboles bailaban con ellos.

De repente escuchó una pequeña voz, parecía un gritito que le hablaba. No sabía de dónde venía y comenzó a buscar. Se agacho entre las briznas y vio una pequeña oruga. La miró, pensando que sólo era una oruga más.

– ¿Por qué lloras? -alzó la voz el pequeño ser. Oliver se quedó perplejo, pero no había duda, ¡le estaba hablando!

– Me he escapado, nadie me entiende. – comenzó el niño, con pequeñas lágrimas que empezaban a nublar sus ojos -Todos se meten conmigo. Soy más grande que los otros niños, y les gusta meterse conmigo porque siempre estoy leyendo libros y contando historias que nadie entiende.

– Vaya – dijo la oruga- ¿Y por qué no te defiendes? Si eres más grande que ellos….

– Porque no quiero hacer daño a nadie. A veces no controlo mi fuerza…Yo sólo quiero tener amigos. A veces desearía ser tan pequeño y que no pudieran encontrarme…

– Pues yo también estoy triste. Yo quisiera ser grande, igual que tú. Me gustaría poder recorrer grandes distancias, ver qué hay fuera de estas altas hierbas que sólo me dejan ver un poco de cielo.

El muchacho se arrodilló y, con mucho cuidado, cogió a su nueva amiga, y se la colocó en el hombro. La pequeña larva se asustó un poco, pero en cuanto estuvo acomodada y pudo ver a todo lo que había a su alrededor, se quedó maravillada.

-¿Quieres que demos un paseo? – preguntó el niño -.

-¡Claro! Me encantaría- la oruga casi saltaba- ¿cómo te llamas?

-Me llamo Oliver, ¿y tú?

-Yo no tengo nombre….

-Bueno, eso tiene arreglo, te voy a llamar Oru.- Para la oruga el día no podía ser mejor.

Comenzaron a pasear por el bello paisaje, Oliver le explicaba cosas a su compañera sobre las plantas y animales que iban viendo. Y de repente el pequeño niño se acordó de algo.

-Oru, ¿sabes que algún día serás una mariposa? Tendrás alas y podrás volar y llegar tan alto como quieras. Podrás posarte sobre las flores y las ramas, todo lo que ahora ves desde abajo, lo verás desde arriba.

-¿De verdad? No lo sabía…pero, ¡eso será maravilloso! ¿Y tu Oliver? ¿Serás algo distinto cuando seas mayor? ¿Tendrás alas como yo?

-No…yo no tendré alas. Sólo seré…mayor.- La oruga se quedó en silencio, pensativa. Finalmente dijo.

– Creo que no tendrás alas, pero también puedes cambiar y conseguir todo lo que te propongas, ¿no? Parece que en el fondo todos somos orugas. Demasiado pequeños y frágiles al principio, pero después volaremos alto.

Oliver nunca se había parado a pensar en su futuro. Recordó todas las veces que se habían metido con él. Todo el miedo que sentía al llegar a casa con malas notas, a pesar de sus esfuerzos. Nadie le entendía, cuando hablaba de los libros y cuentos de aventuras que ocupaban sus horas. Se sentía solo, demasiado grande para ser pequeño, demasiado joven para ser mayor.

Se dio cuento de que Oru tenía razón. Los otros niños se metían con él por ser diferente, pero en el fondo todos tenían inseguridades. Y algún día al igual que Oru, conseguiría alcanzar el cielo.

-No llores más- dijo Oru- Como ves todos queremos algo, solo necesitamos tiempo.

Oliver comenzó el paseo de vuelta a casa. Se despidió de Oru, a la que prometió visitar. – Recuerda, Oliver, todos somos orugas.

Más calmado, más valiente, más maduro, Oliver volvió a su casa.

Imagen de Pixabay

Imagen de Pixabay

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*