que sea



Salgo a fumar
en una pausa del trabajo.
Es una noche demasiado tranquila
algo aburrida, quizás.
Mientras exhalo el humo del cigarrito
levanto la vista:
frente a mí un gato me observa.
Pienso en los poemas
que quiero escribir y no me salen,
en las lecturas inconclusas,
en el abatimiento de algunas tardes.
Me pregunto si tu descanso
- en este mismo instante -
estará colmado
de cielos
de árboles
de pájaros
de pájaros que escapan de las ramas de los árboles hacia un cielo limpio y brillante
en busca de otros árboles en otras ciudades.
Imagino a esas ciudades
como el origen mismo de lo infinito
- nuestro infinito - :
las palabras
los gestos
los roces
acaso la furia desmedida.
En medio de ese delirio abrumador,
alzo la mirada:
el gato ya no está,
ya no es testigo de mis alucinaciones.
Apago la colilla sobre el piso.
Fin del descanso.
Antes de volver a mi sitio,
repito una oración que inventé
a cambio de nada:
Que sea luz sobre tu frente
la ternura de mis manos.


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