Pasaje a las dehesas de invierno, de Francisco Jota-Pérez


"Cuerpos que no se entregan al observador porque parecen languidecer en espejos hechos pedazos. Distancia borrosa de celuloide reutilizado, quizá por la ausencia de rostros (ausencia de identidad: el cuerpo intercambiable de los personajes, sustituibles, fragmentados). Avatares que se despojan de sus mascaras antigás para reflejarse en los escaparates manchados de huellas dactilares grasientas de una ciudad postapocalíptica y, detrás de estos, asoma una criatura viscosa y preciosa en su evolución, porque lo feo del mañana solo es feo en los ojos del que mira desde el hoy (diferentes niveles de profundidad engañosa). Atardece en las barriadas. El barrio es un espacio intangible de velocidad. Flores de tripas de pescado flotan y son mecidas por las olas de una playa desierta. Edificios apiñados como escabeches dentro de la película que es una lata abierta únicamente por un lado al Hecho, donde se rompe la perspectiva por saturación de chapa y vidrio. Rascacielos en una sola dimensión, planos. El hotelero espacio de tránsito. Una vieja vestida de lagarterana salta al mar y sale de la ciudad a través de la playa y sale movida en la imagen gastada, foto fija, fundido a negro, corte a: unos zapatos rojos de tacón de aguja. Toros de peluche con banderillas de lo más españolas clavadas en el lomo, las banderillas son agujas de ganchillo oxidadas. El culturista que lleva en brazos a la lagarterana deambula por una habitación minúscula que huele a orines recientes, en blanco y negro, con el culo al aire. (No hay rostro). Fragmentos de cuerpos tras la disección en lo que parece un almacén forense de maniquíes del canon estético impuesto la temporada pasada. (No hay cabezas, no hay rostros). Cuerpos intercambiables. Sin sexo. Identidades que se eliminan donde solo queda el material de un cuerpo sin cabeza. Ahora piel y carne.

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-¿Dónde está el enemigo? –preguntan.
-Aparece al margen del campo visual: es una mancha movediza en una ventana detrás de la ametralladora –dicen–, una sombra del otro lado de la barricada –dicen–, un anciano en una oficina, una silueta en las trincheras. Es casi siempre anónimo. Pero al mismo tiempo omnipresente.
-No es una imaginación ilusoria –dicen–. La revolución y la guerra son dos cosas distintas.
-Para quien desee no solo vencer a un adversario militar, sino también revolucionar la sociedad en la que vive, no existe un frente principal en el cual amigos y enemigos puedan reconocerse visiblemente a lo lejos –dicen.


[Esdrújula Ediciones]

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