El pequeño Wilson y el gran Dios, de Anthony Burgess


Anthony Burgess publicó su autobiografía en dos tomos: El pequeño Wilson y el gran Dios y Ya viviste lo tuyo. Conseguí ambos hace ya bastantes meses, en librerías de viejo. Necesitan, urgentemente, una reedición. Mi ejemplar de la primera parte, la que hoy comento aquí, tiene todas las hojas sueltas y las páginas amarillean; el tamaño de letra es un poco pequeño, y además tiene una de esas cubiertas más bien horrendas que se estilaban en Planeta en los años 80.

El año pasado leí el primer volumen, y es uno de esos libros que tenía en la pila de títulos pendientes de recomendar. Me gusta la sorna que se gasta Burgess. Es un autor al que debería leer más y del que sólo conozco, aparte de estas memorias, su célebre novela La naranja mecánica. Lo que ocurre es que las obras que más me interesan de su bibliografía son difíciles de conseguir. Burgess no se corta un pelo. Para aquellos que hayan oído lo que le ocurrió a su mujer Lynne (que, se supone, luego sería el germen de los ataques ultraviolentos de sus drugos literarios), él mismo cuenta la verdad, en crudo y sin adornos, tal y como se la contaron por carta:

Un día trabajó hasta tarde en el Ministerio de Transportes de Guerra, calculando el avituallamiento para las pequeñas embarcaciones de la Operación Overlord. Cuando salió del edificio a medianoche fue atacada por cuatro hombres que, aunque iban vestidos de paisano, eran claramente desertores americanos. Tenía acentos sureños. El ataque no fue sexual, sino que tuvo como móvil el robo. Los cuatro le arrebataron el bolso y uno de ellos intentó arrancarle la apretada alianza de oro, decidido a romperle o incluso cortarle el dedo. Lynne gritó sin que nadie acudiera en su ayuda. Sus gritos fueron ahogados por golpes. Recordaba haber sido pateada antes de perder el conocimiento. Estaba embarazada y abortó. Ahora sangraba continuamente por una presunta dismenorrea.

Hay algunos pasajes que me han interesado menos que otros, como siempre me sucede en las autobiografías y en algunas biografías. Ojalá lo reediten un día de éstos y lo conozca más gente. Espero leer este año la segunda parte. Copio tres fragmentos de las primeras páginas, páginas que para mí son lo mejor del libro:

El novelista introduce su vida interior en la obra que publica; su vida exterior puede resumirse con la imagen de un hombre sentado ante una mesa. La carrera de un taxista o un limpiador de ventanas está mucho más llena de incidentes. Sin embargo, como es un ser humano tiene derecho a contar su vida. Como alegoría de las vidas de todos los seres humanos, puede servir para tranquilizar, consolar, frenar la ambición y reconciliar al lector con el dolor y la frustración que antes creía reservados para él solo. Pocas vidas registran grandes triunfos. Cualquier vida sirve como prototipo de todas las vidas.

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El novelista profesional tiene a veces una razón taimada y quizá indigna para escribir sobre sí mismo. En un período de inacción, cuando carece de energías para inventar, puede gustarle bucear en las reminiscencias, aun reconociendo que es difícil trazar una línea divisoria entre lo recordado y lo imaginado. Al no encontrar otro alimento, se convierte en autófago. La autobiografía puede reemplazar a la novela que no es capaz de escribir.

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Uno continúa escribiendo en parte porque es el único modo disponible de ganarse la vida. Es un camino duro y altamente competitivo. El corazón me da un vuelco cuando entro en una librería y veo la ferocidad de la competencia. No obstante, uno sigue porque hay que pagar las facturas. Existe también una razón más secreta para continuar, que es la esperanza infundada de que algún día ese enemigo intratable, el lenguaje, se rendirá al esfuerzo que pretende controlarlo. Me dicen a menudo que escribo mal y yo no discrepo de ello. Incluso Shakespeare envidiaba el arte de un hombre y la capacidad de otro. Cuando oigo a un periodista como Malcolm Muggeridge bendecir a Dios porque ha dominado el oficio de escribir, siento una acometida de náuseas. No se puede decir tal cosa. El dominio no llega nunca; el aprendizaje es vitalicio. El escritor no se retira de la batalla; muere luchando. Este libro es otra batalla.


[Editorial Planeta. Traducción de Pilar Giralt]

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