Las llanuras, de Gerald Murnane


No conocíamos en España al escritor australiano Gerald Murnane, alabado por J. M. Coetzee, y Minúscula nos trae este libro misterioso, escrito por alguien con un gran poder de seducción, que nos va hechizando con su extraña mezcla de narrativa, filosofía y laberintos de la memoria.

Cuenta la historia de un cineasta que se traslada al territorio de las llanuras australianas, decidido a filmar un proyecto titulado El interior, que se ocupará de representar esos parajes como nadie hasta ahora lo había hecho. Pero, como luego también ocurrirá en esa gran película de Charlie Kaufman (Synecdoche, New York), el proyecto es demasiado grande y complejo, que no acaba nunca, que va cambiando, que va ocupando la vida del narrador, de ese cineasta que, además, se enamorará de la mujer que deambula por la mansión donde se hospeda. Y nosotros iremos descubriendo que las llanuras no son sólo un paisaje, sino también (y sobre todo) una forma de vivir, un reflejo del comportamiento, "una fuente de metáforas", algo que es imposible representar y aprehender en su totalidad, donde "la gente de estas regiones concibe la vida como un tipo de llanura más". A mi entender, el narrador acaba convirtiéndose en una especie de fantasma en vida, alguien que observa a la mujer y que se refugia en la biblioteca de su patrono y que nunca concluye su tarea.

Para saber más sobre Murnane visto por Coetzee, os emplazo a este texto que tradujeron en Hermano Cerdo. Y unos fragmentos:

Entonces me volví hacia el séptimo de los grandes terratenientes y declaré que, de todas las formas de arte, solo el cine podía mostrar los horizontes remotos de los sueños como un paisaje habitable y, al mismo tiempo, convertir paisajes familiares en un escenario indeterminado, apto solo para los sueños.

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¿Y qué importaba más que la búsqueda de paisajes? ¿Qué distinguía a un hombre, al fin y al cabo, sino el paisaje donde finalmente se hallaba a sí mismo?

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A pesar de su obsesión por la infancia y la juventud, los llaneros nunca han tenido en cuenta, más que como la demostración de una falsedad patente, la teoría según la cual los defectos de un hombre son el resultado de algún accidente anterior, o sus corolarios: que la vida de un hombre es un proceso de decadencia a partir de un estado de satisfacción original, y que nuestras alegrías y placeres son una solución intermedia entre nuestros deseos y nuestras circunstancias.

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Sin embargo, la probabilidad de que nunca llegara a leer mis palabras no me preocupó durante demasiado tiempo. Si todo lo que sucedía entre nosotros no era más que una serie de posibilidades, mi objetivo debería haber sido ampliar el ámbito de sus especulaciones en lo tocante a mí: que recibiera información tal vez no específica, pero sí la necesaria para reconocerme. En otras palabras, no hacía falta que leyera ni una de mis palabras, tan solo que supiera que había escrito algo que ella podría haber leído.

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Como ninguno de esos hombres ha explicado nunca, ni de palabra ni por escrito, el porqué de su preferencia por vivir discretamente y al margen de toda ambición en un anexo modestamente amueblado de sus sencillas casas, solo puedo decir que percibo en ellos una devoción callada, obstinada, por demostrar que las llanuras no son lo que muchos llaneros creen. Que no son, por así decirlo, un vasto teatro que dota de mayor significado los acontecimientos que en él se representan; tampoco son un campo inmenso para exploradores de todo tipo. Son simplemente una práctica fuente de metáforas para quienes saben que los hombres inventan sus propios significados.


[Editorial Minúscula. Traducción de Carles Andreu]

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