La vida mitigada, de Tomás Sánchez Santiago


Estos textos nacen de esa manía temeraria de apuntarlo todo o casi todo según va llegando. No llevan mucho cincel y no pertenecen al mundo de la estridencia ni al de las gesticulaciones excesivas. Proceden más bien del lenguaje tranquilo o, todo lo más, de la necesidad de dejar congregado en pequeñas porciones lo que no acabó pudriéndose en una escritura de contrabando.

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La vida mitigada, sí. ¿Qué otra manera de vivir es posible ya? Poco a poco, el ruido inaguantable del mundo nos ha ido expulsando a muchos hacia unas inmediaciones secundarias donde, cuando menos, es posible escuchar sin nervios las palabras de los otros, contemplar las cosas despacio en sí mismas y tomar notas calientes de pequeños sobresaltos al margen de una sumisión al vértigo de la actualidad.

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Una pintada, descomunal y anónima, que luce en una pared de mi barrio: "QUIERO LLEGAR A FIN DE MES". Estos grafitis revelan con un desahogo terminante eso que en los periódicos y en las cátedras radiofónicas se empeñan en analizar con conformismo racional. Frente a la fina destilación de datos y cifras, esta súplica sollozante que tizna de arriba abajo una pared. El idioma de los perdedores.

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A pie firme, un corro de maridos en bañador a orillas del lago de Sanabria. Escucho sus conversaciones: todas de bancos, de coches, de fútbol y de las posibilidades del mercado laboral. No dejan de ser maridos ni en vacaciones. Lo que se dice unos profesionales.

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Lo que alguien me cuenta que dijo un mozo de Malva para indicar que bebió cuanto quiso: "¡Bebí a quitased!". Maravilloso.

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Elogio de la heroica iniciativa editorial, cuando la presencia del libro está por encima del interés de la presencia industrial. Hablo de Candaya, que sigue casi como cosa de familia, desde Canet de Mar, remando con ritmo sigiloso pero constante, dando al aire ediciones ejemplares en torno a autores contemporáneos. Ahora sale la de Roberto Bolaño (Bolaño salvaje) y la de Ricardo Piglia (El lugar de Piglia), ambas complementadas con sendos CD's documentales sobre esos escritores.
Hace mucho tiempo que lo pienso: las más afamadas colecciones literarias –con campamento en Madrid y Barcelona, y donde morirían por publicar tantos autores que siguen pensando que el mensaje es el medio– tienen mano larga pero también sucia. O al menos, descuidada. En cambio, en la sombra de la periferia es donde están aventuras tratadas con esmero y rigor. La editorial Candaya es una de las pruebas más significativas de ello. Larga vida a Candaya, amigos.

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Tener algún enemigo es hasta conveniente. Yo lo tengo. Me he acogido a él (como en aquellas igualas con los médicos, cuando no existía la Seguridad Social y había esos extraños pactos simbólicos con ellos). Tu enemigo te da la medida de quién eres, de cómo eres en realidad. Cuando a la larga –y siempre es así– aparezcan por fin corregidos los contornos falsos o deformados que de ti haga, llevado por la saña o por la envidia, entonces se alzará otra estatura tuya. No es la que él proclama sobre ti; pero tampoco es la que tú suponías. Él quedará desmentido; tú, un poco confuso. Siempre es así.

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Dura labor la del escritor, mitad monje y mitad mendigo. Así se lo hago saber a la hija de un amigo que a toda costa quiere convertirse en escritora. No acabaré nunca de entender la obsesión furiosa de esos jóvenes a los que a veces trato y que expresan con temeraria alegría su pretensión de llegar a ser narradores o poetas. A mí me parece un destino gravoso este de estar oyendo continuamente palabras que hay que intentar colocar en su sitio. En realidad, uno es a la postre escritor también para no ser otras cosas. Todo escritor es un fugitivo, y con esa desacomodación por todo ha de comportarse. En esas estamos, más de treinta años después, todavía. Creo que si me atreviese a repasar declaraciones antiguas de esta naturaleza estaría en la misma sensación de colapso que hoy me embarga. Pero es que en ese colapso es donde está la feracidad. Y la perseverancia necesaria para seguir creyendo, malgré tout, en las palabras.

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ANUNCIO PARA UNA ESCAPATORIA

Se necesita poeta para leer en acto literario. Dispuesto a llegarse a lejana ciudad del Poniente. Imprescindible gozar de buena salud (no importa dureza de oído) y ser, sin intemperancia, divertido en el trato. No es para llegar a relaciones serias (con la poesía), no hacerse ilusiones. Preferiblemente reconocidos en ambientes públicos (se valorará la sonoridad del nombre). Absténganse poetas ancianos, delicados y atrabiliarios. También arriesgados: aquí se viene a disfrutar.

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22:30 h.
El oscurecer ya va tardando. Me clavo ante el ventanal de la habitación, una vez en silencio el hospital. Estaba deseando hacerlo.

23:30 h.
Me dispongo a dormir. Miro los frascos amenazadores que he de llenar de secreciones durante la noche. Los lenguajes del cuerpo son inclementes; pero, bueno, al menos me gusta observar luego ese rojo fresco y descarado que duerme a mi lado embotellado hasta que lo retiren de ahí por la mañana.

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Me dice que ya no soy humilde ni esforzado, como lo era antes. Y que me he apartado del mundo, según se deduce de mi última escritura. Hay algo de reproche seco, de acusación de autosuficiencia en sus palabras (primero por escrito; luego, cara a cara). Pocas concesiones. Ni siquiera aludir a mi dedicatoria de los poemas juzgados. Todo lo escuché en silencio, por si hubiera verdad en sus dictámenes. Escribir y publicar es exponerse también a eso, a que no se acepte el sabor de tus palabras. Pero tú debes seguir caminando por tus trochas, las únicas que ves abrirse ante ti. Eso me digo.

(junio 2004)


[Eolas Ediciones]

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