Sueños de trenes – Denis Johnson

No recuerdo muy bien cuando leí Hijo de Jesús (en aquella colección de Debolsillo que llevaba un 21 y que estaba compuesta por autores como Foster Wallace, Palahniuk o Letehm, entre otros. Por cierto, el año pasado Random reeditó Hijo de Jesús). Debió ser hace diez o doce años, cuando me encontraba perdido en la facultad  y no sabía qué rumbo iba a tomar mi vida, hacia dónde quería redirigirla. Aquellos años fueron los que me formaron como lector. No fui un niño muy lector (aunque si me recuerdo leyendo libros, sobre todo en verano), ni tampoco un adolescente que devorara hojas. Fue en la veintena cuando empecé a descubrir autores, obras, librerías. Iba picoteando de aquí y de allá, sin mucho criterio, un poco por impulso y otro poco por lo que recomendaban diversas revistas. Supongo que una de las recomendaciones fue Denis Johnson. Del libro, tampoco tengo un especial recuerdo. Un libro de cuentos con algún tipo de relación entre ellos y personajes extravagantes (hablo de memoria, que conste. Igual estoy metiendo la pata hasta el fondo. Podría revisar de qué iba, pero prefiero dejarlo estar). No se parecía a nada de lo que hubiera leído hasta entonces pero, ya digo, tenía pocas lecturas encima. Ahora puedo aventurarme y decir que, si la memoria no me falla, se puede emparentar un poco con Bukowski o Carver. Tengo que releer ese libro.

Toda esta introducción larga e innecesaria para situar un poco la elección de un libro u otro a la hora de abordar mis lecturas. Dejé pasar Árbol de humo, en su momento no me interesó, pero he oído maravillas de él y al final seguro que caerá. Y este mes ha salido Sueños de trenes, una nouvelle que no hay que perderse.

En ella se nos narra la vida de un don nadie. Se llama Robert Grainier pero qué más da su nombre si ni él mismo tiene muy claro si nació en Estados Unidos o Canadá; si una vez muerto en su cabaña, tardan en encontrar el cadáver más de seis meses. Y eso que, como otros cientos de miles de trabajadores, contribuyó a la modernización del continente americano. Trabajó para diferentes empresas, construyendo puentes que acortaban las distancias y hacían la vida un poco más fácil a la hora de desplazarse. O cortando árboles. O de transportista. Pasó temporadas fuera de su hogar, apenas un terruño en mitad del Oeste americano. En una de esas ausencias, ocurre. Lo imprevisto. La catástrofe. Sin embargo, Robert Grainier no se replantea su vida sino que sigue, más o menos, como hasta ahora. Trabajando. Huraño. Casi invisible.

La prosa de Denis Johnson es seca, como la tierra en la que habita su protagonista. No le hace falta mucho alarde técnico para contar toda una vida gris y monótona en medio de un país en constante evolución. Johnson sazona esa sequedad con tintes de humor absurdo; en ese sentido, es impagable la conversación entre Robert Grainier y un hombre que ha sido disparado por su perro. Además, aparecen pinceladas de carácter epifánico o simbólico, lo que convierte este pequeño texto, en cuanto a dimensión, en una obra inmensa.

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