Los hermosos años del castigo – Fleur Jaeggy

He de reconocer que no conocía nada de esta autora suiza cuya lengua de expresión es el italiano hasta que no leí una reseña de la escritora sevillana Sara Mesa para Estado Crítico (curiosamente una reseña no demasiado positiva. Podéis echarle un vistazo aquí). La obra en cuestión, El dedo en la boca, no era la más representativa de Jaeggy; era la primera novela que publicaba y, en palabras de la propia Sara, "es una historia a medio cocer". Sin embargo recomendaba dos novelas breves con las que poder iniciarse en el universo de la escritora suiza: Los hermosos años del castigo y Proleterka. Como ambos compartimos admiración por el "raro" uruguayo Mario Levrero y, por mi parte, considero la obra de la propia Mesa como una de las voces más originales del panorama narrativo español, me hice con el libro que intentaré comentar a continuación.

He leído, a posteriori, críticas positivas y negativas de esta nouvelle. Lógico. Sin embargo no deja de ser curioso que gran parte de esas críticas, tanto las positivas como las negativas, se basaran en el mismo punto de partida: su prosa está compuesta por frases sencillas, breves, asépticas, deslavazadas en recuerdos de los años de la protagonista en un internado de Appenzell. Y aquí viene la diferencia; para los detractores, esas frases se les quedaban en nada, en vacío, en un no contar. Para los partidarios de este texto, esa aparente vacuidad está cargada de un ambiente sombrío, claustrofóbico, de una sexualidad latente que está aflorando en las muchachas internas en el cantón suizo. Y es que esta novela no tiene acción, es reflexiva, sensorial. Entiendo las dudas de los que no comulgan con este tipo de escritura. Son poco más de cien páginas, me lo leo en poco más de una hora y ya puedo poner otro palote a mi lista de libros leídos. La manía de la cantidad por la calidad. Pocas páginas, de corrido lo tengo hecho. Pero no es así, Los hermosos años del castigo es una novela densa, en tanto en cuanto que precisa de un lector predispuesto a completar lo que calla la narradora. Porque esas frases simples esconden una complejidad en su interior que no se te va a desvelar; eres tú, lector, el que tiene que participar. Ahí es donde entra la Literatura. Esa que siempre hay que escribirla con mayúscula. La que se nutre de autor y lector y no se entiende sin la aportación de uno sobre el otro y del otro sobre el uno. La Literatura es bidireccional. Lo otro son historias. 

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