El día después, de David Refoyo


Siento que pierdo el tiempo. Admito que intentar conjugar las más bajas pasiones que genera el deporte con la más alta intelectualidad teórica no es sencillo. Así que me tomo unos días de relax y evito contestar mails y tuits. Apenas actualizo el blog porque considero que debo centrarme en otros asuntos más técnicos, más importantes que seguir la arrolladora vorágine de la actualidad deportiva. Necesito avanzar en mi verdadero trabajo. Esto es un simple pasatiempo y chascarrillos autopromocionales como el que dejé en Twitter la noche de autor no ayudan demasiado a mantener esta imagen que busco de simple observador, alejado de los sentimientos, de los oportunistas que tan poco me interesan.
Sin embargo, con el paso de los días, recibo multitud de felicitaciones y me emociona ver que mi blog se cita en diferentes programas radiofónicos, se resalta en diarios digitales y compruebo que las estadísticas se disparan gracias a la publicidad indirecta que me realizan los periodistas. Se trata de un cambio de paradigma. Antes, lo que no se publicaba en los medios tradicionales no existía, ahora cualquiera puede convertirse en generador de contenido a través de las redes sociales.

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Lo que más me molesta, en cualquier proceso comunicativo, es el ruido percibido como contaminación que impida el entendimiento. Por eso no soporto la prensa deportiva, más preocupada de generar confrontación entre aficiones y equipos que de la búsqueda de soluciones comunes y acuerdos. Comprendo que no es una problemática exclusiva de los medios especializados en deporte, en fútbol para ser exactos, pero son los espacios donde encuentro mayores tasas de verdades incompletas, falsedades y manipulaciones, algunas tan toscas que, cuando observo los comentarios de los aficionados, siento una mezcla de vergüenza ajena y miedo.

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Un sistema está compuesto por diversos elementos, cada uno con características propias, que se mueven de forma definida dentro del mismo. A estas interacciones se las conoce como estructuras. Cuando cualquiera de los elementos del sistema se modifica, aunque sea mínimamente, su estatus y su utilidad varían, pero también muta el sistema al completo ya que se ve afectado por la alteración de uno de sus miembros. De este modo, el sistema se adapta a una nueva naturaleza, reconfigurando sus estructuras y, pese a incorporar cambios sustanciales, mantiene la esencia tal y como se conocía hasta entonces.
Así comienza la teoría de la Información Artificial: La Teoría. La investigación en la que llevo trabajando desde hace años, basándome en la Teoría General de Sistemas impulsada por Bertanfly a mediados del siglo XX.


[Ediciones Lupercalia]

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