XV

Ten cuidado,
la flor de invierno es intensa y la luz fría
hiere como la picadura del espino.

Antes de que ella intuyera su muerte
yo vi escrita en sus ojos la tristeza.

Después vino un desconchón,
una grieta,
un crujido,
un cristal roto por el viento de marzo.
Y resistía el cuerpo sin queja,
sin sonido,
solo en sus ojos la tristeza
verde y húmeda.

Endurecido por el hielo,
el cristal helado de mi pecho
no quería mirar
ni ver
ni oír,
pero mi madre herida por la flor de invierno
resistía con una nueva brecha
blanca,
invierno,
intensa
y triste.

Y solo yo sabía de la herida del espino y del recuerdo.
Y la vi aquella tarde anochecida
mezclada con las sombras,
recordando deprisa.

Vi entonces que la muerte era larga
porque aún tenía el invierno más noches y más hielo.

Vi entonces que la muerte era dolorosa
como los antiguos caminos de arrieros.

Vi entonces al animal del recuerdo
arrastrándose y creciendo de una tinaja ladeada y vencida,
llena de niebla.
Vi entonces,
pero callé
como callan los hijos doloridos
para rumiar en mí el peso del recuerdo.


Elías Gorostiaga, Tierra de Invierno

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