Entrevista a Jorge Carrión: “La historia del poder es la historia de la manipulación del pasado”


Conocí a Jorge Carrión en su faceta de docente, cuando cursaba el máster de Periodismo Cultural en la Universidad Pompeu Fabra. El primer día nos abrumó con una larga recopilación de autores imprescindibles para aprehender la literatura de todos los tiempos y en especial la de finales del siglo XX e inicios del XXI. Tras aquella clase, sentí un leve escrúpulo por haber publicado mi primer libro sin haber leído la mayor parte de la lista.
Al Carrión escritor ya lo conocía antes por su novela “Los muertos”, que si no recuerdo mal leí en segundo de carrera. La obra me pareció interesante, aunque su estilo y estructura resultaban un tanto extraños (al menos yo nunca había leído nada semejante). Ahora Galaxia Gutenberg la reedita y publica su continuación, "Los huérfanos". 
 
Para bien o para mal, "Los huérfanos" no se parece mucho a su predecesora. Se trata de una distopía post-apocalíptica cuyos personajes se hallan atrapados en un búnker. La Tercera Guerra Mundial ha asolado el mundo y escapar de la prisión subterránea implicaría una muerte segura. El personaje-narrador describe la deprimente vida en el búnker, al tiempo que nos esboza las causas que llevaron al colapso a la humanidad a través de una serie de informes realizados cuando trabajaba en Naciones Unidas. Una novela sugestiva, de poderoso estilo, que demuestra (por si alguien todavía albergaba dudas) que la ciencia ficción puede acoger literatura de altos vuelos.
 
Es probable que “Los turistas”, la obra que concluirá su trilogía, sea muy diferente a las anteriores, porque si algo caracteriza a Carrión es su deseo de experimentación. Se trata de un autor mutante (una de sus palabras favoritas) que ha tocado diversos géneros: finalista del premio Anagrama de Ensayo con "Librerías"experto en series de televisión norteamericanas y autor del libro experimental Crónica de viaje ahora planea incursionar en el mundo del cómic. Quién sabe cuál será el siguiente fetiche de su curiosidad.
 
 
Marcelo, el narrador de “Los huérfanos”, está obsesionado con memorizar el diccionario. ¿No es la suya una ilusión vana de abarcar el lenguaje?
Ha habido mucha retórica de escritores en contra del diccionario como prisión de palabras y ataque al lenguaje vivo, que muta. Para Marcelo es como una guarida porque en su búnker no hay palabra viva, hablan un inglés neutro, utilitario, y el diccionario es un interlocutor con su lengua materna: el castellano. Marcelo es un animal asustado en un contexto de caos. Necesita un orden salvador, y el que encuentra es el orden alfabético de las palabras de un viejo diccionario.
Además del diccionario, tiene relevancia el ajedrez. ¿Escribir una novela es como jugar una partida de ajedrez con el lenguaje?
Y con el lector. El ajedrez es una metáfora de la relación entre el escritor y el lector. En la novela tiene también una dimensión histórica. El narrador se obsesiona con Bobby Fischer, genio loco y solitario, a diferencia de su rival Spassky, que contaba con numerosos asesores. Es una representación de la lucha del individuo americano frente al colectivo soviético, muy propia de la Guerra Fría.
En “Los huérfanos” es fundamental la idea de la reconstrucción del pasado. Al lector no solo le inquieta lo que ocurre en el búnker, sino también cómo han llegado a esa situación.  
La elipsis es lo más difícil de manejar para un escritor. Es fácil decidir qué cuentas, pero no qué omites. La Tercera Guerra Mundial es una elipsis. Lo que me interesa son las consecuencias y sobre todo las causas de la guerra: la reanimación histórica.
Este deseo de revivir la historia tendrá graves consecuencias en la ficción. ¿Cómo crees que se está gestionando desde los poderes públicos la llamada “memoria histórica” en España?
La historia del poder es la historia de la manipulación del pasado. Lo primero que hace un político o un dictador cuando llega al poder es apropiarse de la historia y cambiarle el sentido. Franco, por ejemplo, explotó el Siglo de Oro, los conquistadores… y se legitimó en esa mitología. En realidad la memoria siempre es individual, el cerebro no funciona históricamente sino a saltos. Pero los gobiernos insisten en la necesidad de esa quimérica memoria histórica. La novela obliga a pensar, a través de la distorsión, cómo se está interpretando el pasado en las sociedades contemporáneas. 
¿Por qué te decidiste a continuar “Los muertos” con una historia de ciencia ficción post-apocalípita?
Todos los géneros, estilos y temas pueden convivir, lo importante es por qué los escoges. Yo de algún modo fui escogido por el género distópico, pensé que era la única manera lógica de seguir la trilogía. Además para mí la ciencia ficción siempre ha estado presente. Con 15 años empecé escribiendo cuentos fantásticos y de ciencia ficción, jugaba a rol, leía cómics… es un mundo que me fascina. Lo que no hay que hacer es forzarse a escribir lo que no te apetece. Veo difícil que me surja una novela realista clásica, ya que me interesa la búsqueda y la experimentación y el realismo no ofrece tanto margen. 
Hablemos un poco de narrativa contemporánea. ¿Eres de los que creen en la muerte del autor?
La muerte del autor, entre una cosa y otra, ya tiene más de 40 años desde que la decretara Roland Barthes. Creo que es lo contrario, con el cambio de siglo el autor ha resucitado con fuerza. Se ha normalizado la presencia del escritor en sus propios textos, como demuestra la obra de Mario Bellatin, Houellebecq, Coetzee, Sergio del Molino, Leila Guerriero, Knausgård…. Por otro lado existe el fenómeno de la autoría colectiva, como una especie de Superautoría, pero no son excluyentes. No creo que el autor vaya a morir aunque sea por el problema del ego, que no se supera fácilmente.  
¿Qué características comunes tienen los escritores qué más te interesan?
Me fascinan los que no se conforman y tratan de ir más allá de la tradición. Los que buscan un lugar que no tiene por qué estar en la vanguardia, puede estar en la retaguardia, en el lateral izquierdo, pero en un lugar inesperado en cualquier caso. Si no hay descubrimiento e investigación en el proceso de escritura, no resulta tan interesante.
De todos modos, ¿crees que la capacidad de influencia social de la literatura está en crisis?
Hubo una época en que el periodismo y la literatura tuvieron más influencia porque eran casi el único lenguaje narrativo. Pero la literatura se acostumbró a convivir primero con la radio y la televisión, ahora también con series, cómics, videojuegos… el escenario actual es múltiple y dividido. Sin embargo, hay lectores para todo porque la humanidad nunca ha estado tan ilustrada y alfabetizada. La literatura de vanguardia casi siempre ha sido minoritaria, pero rehúyo los discursos apocalípticos. Busco lecturas de lo real que sean ilusionantes y esperanzadoras. Incluso las utopías, aunque resulten irrealizables, porque son necesarias como horizonte de expectativas, para empujarte a un lugar mejor al que nunca terminarás de llegar.
¿Eres de los escritores que planifican mucho antes de escribir la primera palabra de la novela?
Cada caso es distinto. En “Los muertos” la estructura de base era muy fuerte, en “Los huérfanos” fue a posteriori cuando la encontré tras varias pruebas casi de montaje, hasta hallar el ritmo que mejor funcionaba. 
¿Nos puedes avanzar algo de tus próximos proyectos?
Trabajo en varios libros de no ficción, entre el ensayo y la crónica. Tengo uno sobre series, dos sobre viajes y literatura… y también un cómic periodístico con el dibujante Sagar Forniés. Va sobre gente que se dedica a recoger metal por las calles de Barcelona para venderlo como chatarra. Hay un gran salto entre ser lector y escritor de cómics y el proceso está resultando muy interesante. Mi experiencia me dice que los proyectos surgen cuando menos te lo esperas. 
También quería preguntarte por tu visión del periodismo cultural. ¿Cuáles son los principales retos que afronta?
Es un momento fascinante pero difícil en términos de profesionalización. Todavía hay nuevas formas de contar la realidad que no han sido agotadas. Es importante la alianza entre el periodista y el informático. En el periodismo de datos, por un lado, y en el transmedia y el multimedia hay caminos por recorrer para el periodista cultural.
¿Y cómo ves la supuesta batalla entre e-books y libros en papel?
Antes pensaba que la transición iba a ser más rápida. Las librerías pueden durar varias décadas porque no cuaja la lectura digital de libros, aunque sí de artículos o crónicas. En el libro hay una idea de permanencia muy arraigada que no encontramos en los dispositivos electrónicos. Hasta que esa idea no migre también de soporte, el e-book no se impondrá definitivamente. A día de hoy las buenas obras se editan en papel, pero Amazon también funciona como prescriptor sobre lo que debe publicarse. Vivimos en una época de transición y de convivencia muy interesante. La única forma de saber lo que pasará es esperar a que pase.
Para terminar, dado que también das clases de creación literaria en la Universidad Pompeu Fabra, ¿qué consejo darías a los escritores noveles?
Leer y escribir, pero hacerlo críticamente, aceptando la posibilidad de reinventarse desde cero. La acumulación de lecturas puede ayudarte a ser el escritor que deseas o, por el contrario, hipotecarte y cerrarte el paso. El que empieza debe explorar voces, géneros y formatos hasta encontrar su propio lenguaje. No hay que tener ansiedad por publicar. La literatura no da dinero, así que es mejor dejar de lado las urgencias y dedicar tiempo a perfeccionar tus habilidades.    
 
 
 
 

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