E. M. Cioran. Itinerarios de una vida / El Apocalipsis según Cioran, de Gabriel Liiceanu


Semanas atrás recomendé aquí una biografía sobre Robert Walser que, a modo de collage (fotos, citas, anécdotas…), servía como guía muy útil para adentrarse en el universo del autor. Me gustan estas biografías raras, con numerosas imágenes, con un poco de todo, en plan cajón de sastre. También podríamos mencionar la bio de Salinger que comenté en este blog a principios de verano. Y este volumen sobre Cioran es del estilo: hay entrevistas, hay muchísimas fotos, hay reproducciones de periódicos, de cubiertas de libros y de manuscritos del propio Cioran, hay extractos de su obra, pensamientos y aforismos, anécdotas… Cualquier cosa que escriba Cioran o verse sobre Cioran es, de partida, interesante. Por eso a mí me fascinó la lectura de este libro, hace ya unos meses. Hoy traigo aquí algunos fragmentos:

Y Cioran, que no durmió la noche anterior a causa del hormigueo insoportable de las piernas, se despierta hacia el mediodía, come y luego a veces escribe. ¿Sobre qué? Sobre la creación del mundo como primer acto de sabotaje. Sobre su tristeza porque la Nada ha tenido que transformarse en algo. Sobre la fealdad del hombre. Sobre el insomnio, el absurdo, la enfermedad y la muerte. Sobre Dios, que es el responsable de todo eso. Sobre el paraíso de la infancia, la inocencia, la dicha que supone ser pastor en Rasinari y la desdicha de ser escritor en París. Sobre su pena por no poder atravesar los reinos de la naturaleza en sentido inverso, para reintegrar la felicidad del animal, de la planta y de la piedra. Sobre la conciencia como herida tallada en el cuerpo del universo. "La conciencia es más que la esquirla, es un puñal de la carne".


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Cioran sufre por estar lúcido, porque no es un insecto, una planta ni una piedra, pero al propio tiempo está orgulloso de ser el individuo más lúcido del universo. Y esa idea de sí mismo, que aparece en su primer libro lo acompaña toda su vida. La lucidez es su blasón de nobleza, el terreno seguro desde el que puede arrojar al mundo entero su desafío.

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Cioran murió el 1 de junio de 1995, a las nueve de la mañana. Simone había pasado la noche con él y se marchó a casa de madrugada con idea de volver al hospital tras darse una ducha y tomarse apresuradamente un café. Temía que pudiese morir estando ella ausente. Me contó que la víspera estuvo mirándolo un rato largo a los ojos ("eran los ojos más bonitos que había visto jamás") y cómo él le respondió con ese mismo gesto, que era como el ritual de un largo adiós. Le pregunté si era guapo Cioran. "Oh, cuando lo vi por primera vez, en el invierno de 1942… Era guapo como un ruso".
Simone regresó al hospital sobre las diez y se enteró de que en ese intervalo Cioran había muerto. Fue enterrado dos días más tarde en el cementerio de Montparnasse.

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E. M. Cioran: […] Antes de conocer el insomnio, yo era una persona casi normal. La pérdida del sueño fue una revelación para mí. Porque entonces me percaté de que la vida era soportable tan sólo gracias al sueño. Uno empieza cada mañana ya sea una nueva aventura o ya sea la misma, pero con interrupciones. En cambio, el insomnio suprime la inconsciencia, es decir, que uno se pasa las veinticuatro horas del día lúcido, y el hombre es demasiado débil para soportarlo. El insomnio es una especie de acto heroico. Es una lucha diaria que uno tiene perdida de antemano. Porque la vida solamente es posible gracias al olvido: es menester olvidar cada día para que la ilusión de una nueva vida, cada mañana, sea posible. En cambio, el insomnio nos obliga a vivir la experiencia de la lucidez, de la conciencia sin interrupción. Estamos en conflicto con todo el mundo, con todo ese mundo que duerme.


[Ediciones del Subsuelo. Traducción de Joaquín Garrigos]

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