Huida del corredor de la muerte, de Edward Bunker


Admiro mucho la obra de Edward Bunker, quien a estas alturas ya no necesita presentación. He leído todas las novelas que publicó Sajalín Editores, aunque aún no me he puesto con sus memorias, publicadas por Alba Editorial, pese a que fue el primer libro que me compré de Bunker, hace ya bastantes años. Lo admiro por su claridad, por su precisión a la hora de narrar una historia, por su contundencia en los diálogos, porque todas sus historias provienen de su experiencia: aunque Bunker se adapta a los mecanismos propios de la ficción, sabemos que quien nos cuenta historias de ladrones y de presidiarios fue un ladrón y un presidiario. Para mí este aspecto suma un punto a la obra. En otras palabras: Ed Bunker sabe de lo que habla, lo ha vivido, no saca sus historias de haberse entrevistado con cuatro reos. Ojo, no es lo más importante (hay estupendos escritores que escribieron sobre el crimen sin haber movido mucho el culo de su casa y lo hicieron de manera asombrosa). Sólo apunto que, a la hora de leer y de valorar a Bunker, su experiencia readaptada en términos de ficción me interesa sobremanera.

Estos seis relatos vuelven a contarnos esas historias que siempre giran en torno al presidio o a sus proximidades: los protagonistas de Bunker o están en la cárcel, o acabarán en la cárcel, o acaban de cumplir la condena y salen a la calle. Por tanto: la prisión suele ser el eje alrededor del que gravitan. Hay negros que sufren el racismo mediante los juicios y los prejuicios, tipos que esperan en el corredor de la muerte ("Dead Man Walking", los llaman, como en la película de Tim Robbins) y que tratan de evadirse y soplones cuya vida pende de un hilo en la cárcel. Hay, de nuevo, esa contundencia en la narrativa, y esos diálogos tan vivos que parece que muerden. Tal vez no alcancen la maestría de sus novelas, quizá porque Bunker necesitaba desarrollar las historias con más páginas, pero constituyen una buena introducción para quien aún no haya leído su obra. Aquí va el inicio del relato que da título al libro:

Esperaba el veredicto que significaría su muerte. No podía haber ningún otro veredicto. Había llegado al final del camino, y Roger lo sabía. Llevaba semanas observando al jurado. Los negros lo declararían culpable por la muerte del predicador negro y su mujer. Los blancos lo condenarían por el asesinato de un policía blanco. No importaba que lo hubieran detenido en un control de carretera con sus dos rehenes, ni tampoco que hubieran sido los disparos de los policías los que habían incendiado su coche. El predicador y su mujer estaban muertos. Después, él disparó al policía que se había acercado al coche en llamas con la intención de matarlo mientras aún estuviera atrapado y herido tras el volante. ¿Quién iba a creer que un ex convicto había disparado a un policía "en defensa propia"? Nadie. Lo veía en los ojos del jurado cuando lo miraban.


[Sajalín Editores. Traducción de Zulema Couso]

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