Ernest Hemingway, una vida intensa




"La papelera es el primer mueble en el estudio de un escritor", dijo en una ocasión, dejando para la posteridad un valioso (aunque hiriente) consejo para todo aquel que tenga intenciones de sentarse frente a la hoja en blanco. Este mes de julio hubiera cumplido 115 años Ernest Hemingway, uno de los autores más polémicos e interesantes de la Historia de la Literatura. Nacido en 1899 en Illinois, su padre quería que se convirtiera en médico, pero el joven Hemingway no tenía demasiado interés por la medicina o por la universidad, por lo que prefirió elegir uno de los oficios más bonitos del mundo: el de reportero.Su conciso estilo literario probablemente se forjó en esos años gracias a los consejos de su editor en el Kansas City Star. Fue él quien le recomendó que usara siempre frases cortas, un consejo que el periodista trasladaría tiempo después a la narrativa, sentando las bases de un estilo que tiene tantos admiradores como detractores. Hemingway es de esos personajes que son amados u odiados, pero nunca resultan indiferentes.

 
Una de sus obras más emblemáticas
Si uno pasea por míticos bares de la geografía española, no es raro encontrar el cartel que recuerda que Ernest Hemingway estuvo sentado en ese lugar. El autor de Parísera una fiesta no sólo ha pasado a la historia por sus notables textos y por su personalidad, sino por su manera de disfrutar la vida. Cualquiera que lea esa obra tan fundamental para entender su época y su vida podrá recorrer algunos de los muchos locales de moda a los que Hemingway era asiduo durante los años veinte, locales donde se codeaba con otros miembros de la Generación Perdida como Scott Fitzgerald o la influyente Gertrude Stein. En aquel momento, tal y como él dijo: "
Llegar a todo aquel nuevo mundo de literatura, con tiempo para leer en una ciudad como París, era como si a uno le regalaran un gran tesoro". Esa época estuvo marcada por el escaso dinero que tenía, pero también por una inmensa felicidad en el que era su primer matrimonio.

Tiempo después, cuando ya se había convertido en una celebridad, seguía regresando a su amada París y se alojaba en el Ritz, en una habitación que daba a la Place Vendome. Esa época la retrata muy bien el escritor madrileño Juan Laborda en su novela La fragilidad del neón (Editorial Alrevés), donde recrea la París de los años 60, y menciona en más de una ocasión el Bar Hemingway, donde quizás aún se pueda degustar uno de los Martinis que tanto le gustaban…

Francia, España o Cuba, testigos de sus viajes


Apasionado de los viajes, la caza, las mujeres, el alcohol y la buena gastronomía, bien se podría decir que no rechazaba nada que implicase una gran aventura. Hemingway no responde a esa imagen del escritor encerrado en una bohardilla en constante soledad. Al contrario, su obra y su vida siempre van enlazadas, y todos sus textos están profundamente marcados por las experiencias de las que fue testigo. Empezando por su Estados Unidos natal, países como Francia, España o Cuba son testigos de la peculiar forma de vida del narrador y periodista, miembro de la conocida Generación Perdida. Toda aquella experiencia que vivía estaba destinada a convertirse en material narrativo. Vivió de manera intensa, y ese calificativo puede trasladarse a toda su literatura, a través de la cual se puede rastrear los diversos oficios que tuvo el escritor nacido en Illinois. 

Un joven Hemingway, en la I Guerra Mundial
“El mundo es un buen lugar por el que vale la pena luchar”, dijo en una ocasión. Fiel a esa filosofía, Hemingway no dudó en implicarse en la I Guerra Mundialcuando Estados Unidos entró en ella. Su deseo era combatir, pero fue declarado no válido por una antigua lesión en el ojo, motivo por el cual ofreció sus servicios de conductor de ambulancias a la Cruz Roja. Era apenas un joven de diecinueve años que venía de trabajar como reportero, pero no le importó la escasa experiencia. Pocos se imaginaban que ese joven, herido en el frente italiano, acabaría siendo el autor de obras tan relevantes como Por quién doblan las campanas o Adiós a las armas


Ver la muerte tan de cerca hizo que se obsesionara por ella y la siguiera a lo largo de su vida. Quizás por eso llevó siempre una vida tan intensa, como si cada día que amaneciera pudiera ser el último con vida. Una intensidad que también lo acompañó en el plano sentimental, ya que estuvo casado cuatro veces, aunque los estudiosos de su vida dicen que su verdadero amor fue la enfermera Agnes von Kurowsky. La historia con esta mujer quedó reflejada en Adiós a las armas, una de sus obras más autobiográficas. El libro narra el amor de un joven soldado con una enfermera en la Italia de la I Guerra Mundial, una experiencia que él vivió al ser herido de gravedad en las piernas. Ella es la Catherine Barkley que protagoniza el libro; se conocieron en 1918 y cuando él regresó a Estados Unidos estuvieron escribiéndose. Hemingway estaba decidido a esperarla para casarse con ella. Pero Agnes –también estadounidense, y  años mayor que él– finalizó la relación por carta un año después. Le pedía que la entendiera y esperaba que fuera capaz de perdonarla con los años. No volvieron a verse, y se dice que esta historia fallida marcó profundamente al narrador. 

Amado u odiado

Cuando uno rastrea la vida del estadounidense parece que, hasta el final de su existencia, cuando una depresión le ganó la batalla, todo fueron éxitos y reconocimientos, mujeres y viajes, adrenalina en estado puro. Sin embargo, a pesar de recibir el Premio Nobel de Literatura y de gozar del reconocimiento, no todas las opiniones hacia su estilo directo y llano eran positivas. Son muchos los que piensan que la fama del autor de Illinois vino dada por su forma de vivir, más que por sus obras. Famosa es la demoledora frase de desprecio que Vladimir Nabokov le dedicó: "En cuanto a Hemingway, lo leí por primera vez en los años 40, algo sobre campanas, balas y toros, y lo aborrecí". En inglés, el juego de palabras hace la sentencia todavía más hiriente: “(...) something about bells, balls and bulls, and I loathed it”. Otro compatriota, William Faulkner, con un estilo literario totalmente opuesto, también criticó a Hemingway, de quien dijo que no sería recordado por hacer que un lector buscara una palabra en el diccionario. El autor de El viejo y el mar no se quedó callado y le respondió lamentando que Faulkner pensase que "las grandes emociones provenían de largas frases". Quizás, si hubiera una escala de dureza, el comentario más demoledor sería casi sin dudas el que le dedicó Jorge Luis Borges tras su muerte: “Hemingway se dio cuenta de que era un mal escritor y se disparó un tiro en la cabeza. Ese hecho de alguna manera lo redime”.  

Amado u odiado, es innegable la influencia que su manera de narrar ha tenido en otros escritores, como Raymond Carver, e incluso cineastas. En una de las últimas -y de las mejores- películas de Woody Allen, Midnight in Paris, la figura de Ernest Hemingway tiene una breve aparición, y es presentado como un personaje vividor y embaucador que está a punto de viajar a África. Parece imposible que escape al mito, a la idea que todos tenemos de él.  

Otro debate, que daría para otra interesante entrada, es si el propio Hemingway pasó su vida más preocupado de forjar ese mito de macho, de hombre fuerte y amante de los riesgos, que tantas fronteras traspasó, que de labrarse una carrera como escritor. ¿Es Hemingway un escritor universal, o tuvo una vida universal? El Hemingway bélico, el mujeriego, el taurino y el aventurero, todos ellos cabían dentro del escritor, pero su inestabilidad emocional al final lo abocó al suicidio. Quizás, en ese momento acabó saliendo al exterior el hombre angustiado, el melancólico, el hombre que amó muchas veces, el abatido. Y ese hombre, que también era Ernest Miller Hemingway, acabó devorando al mito un día de julio de 1961.

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