En la ciudad del mañana, de Brigitte Reimann y Hermann Henselmann


Libros que se nos van acumulando en la pila de lecturas pendientes. Por ejemplo, éste: lo tengo en casa desde hace un año exacto, y el post de Manuel Rico sobre literatura alemana me ha empujado a buscarlo en mi biblioteca (hablaba Rico de la antología Al otro lado del muro, también publicada por Errata Naturae, y que también he comprado junto a Confluencias, editada por Alpha Decay, y el ensayo Incisiones, editado por Galaxia Gutenberg; todos ellos giran en torno a la literatura alemana).

Me he ventilado en un día En la ciudad del mañana, que es la correspondencia entre la escritora Brigitte Reimann y el arquitecto Hermann Henselmann. De Reimann leí hace años una gran novela que publicó Pepo Paz en Bartleby y que yo creo que pasó un poco desapercibida: Los hermanos. Reimann falleció de cáncer a los 39 años y su muerte truncó una carrera que era más que prometedora. Este intercambio epistolar supone, además de brindarnos una gran historia de amistad y devoción mutua, un recorrido por la RDA en los años 60. Veamos un pasaje en el que Reimann describe la frontera: 

Pero el viernes tuve un agobio terrible, crucé directamente a Berlín Oeste, mi hermano vino en avión desde Hamburgo. Todo ese día me afectó hasta tal punto que, por vez primera en mucho tiempo, busqué consuelo barato en el vodka. Esa frontera… no, es horroroso, y no puede una acostumbrarse, y toda razón y comprensión de las necesidades se desvanece a la vista de los puestos de control, de las cajas desiertas, de las salas, desnudas y radiantes, de los quioscos Intershop con artículos RDA a la americana para clientes con divisas, del aterrizaje en un mundo que se ha vuelto extraño.

En las últimas cartas hay también algunas alusiones a la enfermedad (el libro, además, termina con una nota final de la mujer del arquitecto, donde aclara algunos puntos que no aparecían en la correspondencia); con el tema del cáncer concluyo el post (y en este link se puede acceder a las primeras páginas):

Empiezo otra vez: este mal cáncer tiene efectos muy distintos a los anunciados, para los que, al fin y al cabo, estaba preparada. A lo que no estaba preparada: los sueños espantosos cada noche, la angustia mortal que ya no me abandona, la sensación de vida provisional, la falta de ganas, de capacidad, para hacer planes más allá de pasado mañana o, como mucho, la semana próxima. Algo ha cambiado de raíz. El defecto físico… bien, no diré que me resulta divertido, pero me he acostumbrado ya a la cicatriz (y a Hans no le molesta en absoluto, y nuestro amor florece como nunca), y he aprendido a disimular bien el defecto –para atenerme a esa palabra–, no se nota nada: el porte prusiano, adquirido en la juventud, me viene ahora de perlas, y nadie me tendría por deteriorada o enferma.


[Errata Naturae. Traducción de Ibor Zubiaur]

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