E. Hilsenrath: Fuck America

Edgar Hilsenrath: Fuck America.
Errata naturae. Traducción de Iván de los Ríos.

«En Europa tuvo lugar una completa emigración de pueblos. Nada especial».
Nacemos y aquí estamos, en «el matadero al que llamamos “La Tierra”».

Algunas microcríticas se maceran lento y otras se expectoran como denso escupitajo: ¡JJJ’THÚ! Perdón por la imagen sucia. Fuck America. Perdón por la palabrota.

Hilsenrath nació en Leipzig (como Leibniz, como Wagner) e igual que Jakob Bronsky —el protagonista de Fuck Am…, que escribe en Nueva York su novela EL PAJILLERO—, sobrevivió al holocausto. Llegó a los Estados Unidos en 1951. [Apunte: obviedad: no todos los testigos de la Segunda Guerra Mundial han desaparecido]. Hoy reside en Berlín.

«Noviembre de 1938. Estimado Cónsul General: Ayer comenzaron a arder nuestras sinagogas. Los nazis han demolido mi negocio, vaciado mi escritorio, expulsado a mis hijos del colegio, prendido fuego a mi casa, violado a mi mujer, confiscado mis bienes y bloqueado mi cuenta bancaria. Es necesario que salgamos del país. La situación empeora por momentos. ¿Podría usted conseguirnos visados de residencia en los Estados Unidos de América en el plazo máximo de tres días? Le saluda atentamente, Nathan Bronsky.»

Leer a Hilsenrath paraliza. Lo innombrable se remoja en sarcasmo y la esperanza teje dispares realidades (como en Agota Kristof). La experiencia del horror no se relata hasta el final. Al principio, nos deja ver América, ese lugar de inalcanzables mujeres donde «se triunfa sin escrúpulos y se cree en el buen Dios».

A finales del siglo pasado, en un pueblo al sur de Suecia, una mujer joven transformaba el jardín de su casa en un enorme huerto. ¿Para qué?, pregunté. Para poder comer en caso de guerra. En estos tiempos de crisis, radicalización de posturas y mayoritaria abstención/indiferencia, ¿no se escuchan ya, al fondo, tambores bélicos? La historia es un accidente de aviación tras otro: normalidad hasta que es demasiado tarde, incredulidad hasta que estalla la tragedia

«He aceptado el trabajo. Me he dicho: ¡Bronsky! Tres semanas es mucho tiempo. Pero tienes que aguantar. Vas a ahorrar un huevo. Y después podrás volver a escribir en paz».

Tengo conmigo (sin leer) otra obra de Hilsenrath, El nazi y el peluquero. Me pregunto si las preocupaciones banales (escribir, comer, gozar de un poco de sexo) sonarán de la misma manera.

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