Aquel agosto de nuestras vidas y 100 balas de plata clandestinas, de Varios Autores. Introducción y selección de Ignacio Escuín


OLORES

Quiero ser fabricante de olores
para que la gente tenga algo
distinto que regalar en los cumpleaños,
en los bautizos, en las bodas
o en las fiestas de guardar.
Quiero vender un frasco que contenga
esencia de olor a tiza blanca,
mezclada con una pizca
de mina de lápiz recién afilado
para los que añoran la infancia.
Para los atrapados tendré
eau de toilette de gasolina,
sutilmente mezclado
con un toque amargo de cerveza.
Para los tristes olor a palomitas
de maíz y a chocolate con churros.
Para los exiliados en las ciudades
esencia de puchero y sopa de ajo.
Para los ancianos un bálsamo suave
con aroma a recién nacido.
Y para quienes todo tiene
el mismo olor, el mismo sabor,
la misma forma,
les daría un frasco vacío,
como su vida.


Sonia San Román

**

NUESTRAS COSAS

El día en que cumplí ocho años
me acerqué a mi hermana mayor
que lloraba.
¿Por qué lloras?, pregunté.

Porque los abuelos se van a morir pronto
y después los papás
y después nosotros
también nosotros nos moriremos un día.

Estremecido como una pobre bestia por la revelación
también yo me eché a llorar
allí mismo
junto a mi hermana.

¿Qué les has hecho a los niños que lloran tanto?,
preguntó mi padre al llegar del trabajo.

Nada, déjalos estar
respondió mamá:
cosas de críos, que sé yo.

Lloran por
sus cosas.


Sergi Puertas

**

ESBIRROS

El hombre que cada noche duerme en el portal, hoy lo he sabido, no es más que un contratado del ayuntamiento. Rodeado de cartones, de un escobón, de un carrito construido a base de despojos y apestando como una bodega, ese tipo no es más que un maldito contratado gracias a las oscuras ordenanzas municipales. ¿Merezco algo así? ¿Por qué nos trata como a imbéciles el ayuntamiento? ¿Creían que no me iba a acabar enterando? Todo, todo encaja. A mí no me la dan. Puedo parecer estúpido, pero a mí no me la dan. El ayuntamiento contrata a esos tipos para que sepamos qué es lo que nos ocurriría de no levantarnos cuando es todavía de noche, de no coger el metro cada mañana y de no volver ya oscurecido al lugar donde nos está esperando el hombre que apesta como una bodega, fiel esbirro, ya digo, del ayuntamiento. Entonces, sorteamos como podemos al tipejo, esperamos el ascensor, llegamos derrumbados a casa, besamos a la niña que está haciendo los deberes en su cuarto, ponemos el despertador a las seis y media y comenzamos a soñar con el adosado ese de la zona residencial, donde no dejan entrar a nadie, y mucho menos a los esbirros del ayuntamiento.


Manuel Moya


[Ediciones del 4 de agosto]

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