Atrévete. Larkin Rose

Editorial Egales


Ellen Von Unwerth

La mujer estaba de espaldas a la puerta. Llevaba unos vaqueros que le marcaban el bonito trasero. Tenía el pelo oscuro y ondulado, a la altura de la nuca; los hombros anchos, las manos en los bolsillos. Kelsey se imaginó a sí misma montándola como un jinete, usando su cabello a modo de riendas y aullando de placer al correrse en su espalda. Pestañeó para apartar la imagen de su mente y poder concentrarse en su trabajo.

La mujer se volvió despacio, paseando su mirada por las paredes. Kelsey vislumbró un perfil de formas duras y cinceladas, con la nariz algo torcida. Tenía el pelo corto por la parte de arriba y escalado a los lados. Sus brazos eran morenos y torneados, y llevaba un polo de color melocotón, de manga corta. Los ojos verde jade que repasaron a Kelsey eran como fuego líquido que la fundía como un bloque de hielo. La recorrió una sensación ardiente que se concentró en su líquido y lo hizo palpitar. El corazón le latió con fuerza en las sienes.

Cerró las piernas con fuerza para mitigar el ardor que la consumía desde la entrepierna.

- ¿Puedo hacer algo por ti?

La mujer respondió con voz firme y profunda:

- Esperaba que me hicieras un lapdance –repuso, con los ojos fijos en los pezones endurecidos de Kelsey.

- Treinta pavos sobre la mesa.

Kelsey cerró la puerta y se dirigió al equipo de música. Cuando miró hacia atrás, había varios billetes sobre la mesa y la otra mujer se había arrellanado en la mullida butaca. Kelsey puso su canción preferida: la había puesto tantas veces que debería de ser la única del CD. La música retumbó desde los altavoces y las luces estroboscópicas centellearon a su alrededor siguiendo el ritmo. Kelsey rodeó la butaca de la mujer y le pasó los dedos por el brazo y por el hombro, hasta colocarse detrás.

- No me puedes tocar, sólo yo a ti.

Se inclinó y le lamió la oreja. Sonrió cuando la otra mujer cerró los ojos. Le gustaba el control que ejercía cuando daba un baile privado. Podía hacer lo que quisiera y dejarse hacer lo que quisiera. En aquel momento, quería ponerse a horcajadas sobre la cara de aquella preciosa mujer.

Le acarició los firmes pechos y los abdominales bien marcados, mientras se acercaba más y más a la cinturilla suelta de los vaqueros. Le mordisqueó el cuello y le pasó las uñas por el brazo, antes de colocarse frente a ella. Los ojos de la otra mujer no reflejaban más que puro deseo y Kelsey sintió que estaba aún más húmeda, por imposible que pareciera.

Subió una pierna hasta el brazo de la butaca y bamboleó sus caderas a escasos centímetros del rostro de su clienta, mientras se acariciaba el sexo húmedo. La mujer movió los labios, como si diera algo, justo cuando Kelsey la rodeaba con las piernas y se la sentaba en el regazo.

- ¿Sí? –la animó Kelsey.

La mujer lo repitió en voz queda.

- A que no te atreves a besarme.

Kelsey sacudió la cabeza y se dio la vuelta sobre el regazo de su clienta. Se inclinó hacia atrás hasta que tuvo el trasero contra su sensual estómago musculado y empezó a frotarse contra sus caderas. Unos dedos fuertes le rodearon la cintura y se insinuaron entre sus piernas, pero Kelsey los apartó, se levantó y movió el dedo índice en señal de negativa.

La otra mujer también se levantó y atrajo a Kelsey contra su cuerpo duro y firme.

- Cuando abras las piernas, asegúrate antes de que te secas el coño mojado.

A Kelsey se le disparó el corazón y notó que le lamía en el interior de los muslos. Reprimió el impulso de mirarse la entrepierna para ver lo mojada que estaba. Los duros ojos verdes de su clienta se posaron en los suyos. Entonces alargó la mano con la intención de quitarle la máscara. Kelsey retrocedió, pero la otra mujer la retuvo con firmeza. Era más fuerte que ella. Sonrió.

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