Ni siquiera el ahogo



Enciendo un cigarrillo. No hay música. Sólo en un lugar del día está escrita la palabra “hoy”. Esa variación del tiempo que determina cuándo empieza a carcomer la quemadura. Soy un animal, uno cualquiera andando bajo el sol, en la costumbre de las sábanas viejas enredadas para desenvolver, después, una cosa que se llama cuerpo y que está por encima de toda la basura, arrastrándose.
Siempre se busca más basura. Y no es desesperación lo que se anuda en las garras. Ni siquiera el ahogo.
Soy un cuerpo quieto buscando, alrededor de lo muerto, la tristeza desparramada desde hace dos noches. Solamente mis ojos se mueven, se aniquilan en posición fetal para estrujarse, buscando eso que sencillamente no tiembla porque no tiene vida.
Cuando lo encuentre voy a encender otro cigarrillo. No habrá música. Y en algún lugar del día estará escrita la palabra “mañana” que será hoy en partes iguales, para poder seguir husmeando el basural en esa búsqueda implacable de abrir y cerrar, como si fuera una ventana donde no hay abismo posible, más que la tristeza que voy implantándome para satisfacer la puta necesidad de no permanecer en posición de escultura: inmóvil en medio de una epidemia o una guerra desatada.
Busco algo, algo para articular una muñeca. Un títere, la hinchazón en el abdomen por haber saboreado el fuego.
Una desesperación, aunque más no sea, donde arrojarme.

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