En busca del genio perdido


Anuncian con gran fanfarria que van a buscar los restos de Miguel de Cervantes y Saavedra en el convento madrileño de las Trinitarias Descalzas. Políticos, intelectuales, académicos, arzobispos y aves de toda pluma se apresuran a congratularse por la magna empresa común. Si mal no recuerdo, Cervantes lleva ahí enterrado desde 1616, y a nadie hasta ahora se le había ocurrido tirar de pala. Hablamos de Cervantes, señores, que por tener, tiene hasta un instituto bautizado con su nombre. Cada vez que me tomaba una caña por Huertas -que ya en época del escritor era zona de bohemia y jarana-, y veía los muros mamposteros del convento, me asombraba de que nadie se hubiera planteado dar con los polvorientos huesos del genio y pergeñar un punto de peregrinación turístico a fin de elevar las magras cuentas del turismo madrileño. Una simple cuestión pecunaria, ni siquiera ponía sobre la mesa cuestiones de espíritu, prestigio o dignidad. El señor que ha llevado adelante la iniciativa dice que cada vez que pedía dineros para exhumar a Cervantes, le respondían: “si es tan fácil como usted dice, ¿por qué no se ha hecho ya?”. Una frase a la altura de la legendaria sagacidad de nuestros gobernantes. Al final, tuvieron que enterarse de que había iniciado gestiones económicas con empresas estadounidenses para que dieran el beneplácito. Es decir, que no eran capaces de encontrar 12.000 euros para comenzar el proyecto, pero sí para escándalos políticos, abusos financieros, organismos de control, contratos futbolísticos… Y ahora que lo pienso, si no podemos desenterrar al Príncipe de las Letras, ¿qué les espera a los miles de paseados durante la guerra civil? ¿Qué diría don Miguel, hombre bragado en refriegas contra otomanos y miserias diarias? Se me ocurre aquella de “La senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso”, o esa otra “la verdad adelgaza, pero no quiebra”, o que me dicen de “no hay dolor que el tiempo no borre ni pena que la muerte no acabe”. O una última “donde una puerta se cierra, otra se abre”. 

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