El secreto del pasado, de Rudy Kousbroek


Este libro podría haberme pasado desapercibido si no fuese porque procuro estar al quite: primero, Enrique Vila-Matas lo nombró como una de sus lecturas favoritas del año pasado; después, Hilario J. Rodríguez lo mencionó en Twitter. Digo que pudo haberme pasado desapercibido porque las publicaciones de Adriana Hidalgo no se encuentran en todas partes (para quien desconozca el dato: es una editorial argentina). Con esos dos valedores era evidente que tenía que comprarlo.

En El secreto del pasado, el escritor Rudy Kousbroek (que falleció en 2010) hace algo fascinante: cada una de sus piezas o de sus textos parte de una fotografía (de un paisaje, de un familiar, de algún desconocido, de una mascota, de una fábrica… a veces son fotos que él ha comprado o encontrado, a veces pertenecen al álbum familiar) y tira del hilo, describe lo que ve, a menudo cuenta la historia de lo que hay dentro de la imagen… pero luego toma otros caminos, empieza a enlazar recuerdos personales, capítulos de la Historia, anécdotas culturales… Él lo llama “fotosíntesis”: la unión de una imagen en blanco y negro y un ensayo que ocupa apenas dos o tres páginas. Que recordemos a Sebald es inevitable. Como es inevitable pedir que algún día publiquen aquí todos sus ensayos, pues El secreto del pasado es sólo una muestra, una selección de 40 textos, y queremos más. Porque es, sin duda, uno de los libros de no ficción más bellos de los últimos años. Algunos fragmentos:

En los años sesenta, cuando se tomó esta foto, el mundo estaba conformado de otra manera, en todo caso en Francia. La sociedad era menos próspera, pero más despreocupada. Todo seguía su curso con tranquilidad. Había otra actitud ante la vida pública, de mayor convivencia, algo así como: todo lo que no está expresamente prohibido está permitido. En el mundo actual es al revés: todo lo que no está expresamente permitido está prohibido.

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¿Cómo nace una ruina? Me refiero a cuando no es consecuencia de una guerra, epidemia o catástrofe natural. Esta cuestión me intriga desde hace ya mucho tiempo, y en realidad todavía no he logrado hacerme una idea clara de cómo un edificio se convierte en una ruina. A veces casi parecería ser el resultado de un acuerdo, como si en algún momento del pasado la gente hubiera decidido dejar de intervenir.

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Porque de eso es de lo que adolecen en la actualidad los interiores de negocios comunes: de la falta de amor. Lo que predomina es la indiferencia, confundida a menudo injustamente con “modernidad”, que no es lo mismo.

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Cuando un hombre muere
cambian sus retratos.
Sus ojos te miran de otro modo y los labios
muestran otra sonrisa.

Los versos proceden de un poema de Anna Ajmátova, de 1940, a través de una versión inglesa de D. M. Thomas (Penguin, 1988).

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Los retratos de los difuntos tal vez no nos miren de otro modo, pero uno los ve de otra manera.


[Adriana Hidalgo Editoria. Traducción de Diego J. Puls]

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