Relatos, de Thomas Bernhard


Mi propósito, creo que ya lo escribí por aquí, es leer todas las obras de algunos de mis autores favoritos, de cabecera (Bernhard, Foster Wallace, Sebald, Ballard, Fante, Bukowski, Kerouac, Beckett… por citar unos pocos). Por eso voy despacio; por eso voy poco a poco; por eso, cuando me preguntan si he leído tal o cual obra de tal autor, digo: “Aún no, pero la tengo en casa y ya le llegará el turno”. Por ese motivo voy espaciando esas obras, para no leer de una tacada todo cuanto publicaron.

En el caso de Bernhard, los relatos puros (es decir, no autobiográficos) son un poco inferiores a las novelas, lo cual no significa que no sean muy buenos e igual de contundentes. Lo único que les falta, quizá, es esa profundidad que alcanza en los libros más largos porque hay más espacio para el desarrollo. Dado que hay varios libros de relatos de este autor, os anoto aquí los títulos de los textos recopilados en este volumen: “La gorra”, “¿Es una comedia? ¿Es una tragedia?”, “Midland en Stilfs”, “Ungenach”, “Watten” y “En la linde de los árboles”. Si te gusta Thomas Bernhard, no hay más explicaciones: diga lo que diga, estos relatos te engancharán en la primera línea. Si aún no has empezado con él, yo elegiría como comienzo El imitador de voces o su obra capital: los Relatos autobiográficos. Aquí va un extracto del relato “Watten”:

La gente, cuando la invitamos, se sienta en nuestros sillones, nos empuja a nuestro propio abismo. Nos atrae a épocas anteriores, nos finge infancia, juventud, vejez, etcétera y nos precipita en aquello de lo que, desde hacía ya muchísimo tiempo, nos creíamos salvados. Sobre todo, la gente nos atrae a épocas anteriores. Vienen a nosotros con sentimentalismos. La gente viene a nuestra casa, como viene a mi barraca, para aniquilarnos, para aniquilarme. En cualquier caso, para dejarnos en ridículo, lo mismo que el carretero, en fin de cuentas, sólo viene a mi barraca para dejarme en ridículo. Llaman a nuestra puerta y nos vuelcan en la cabeza su curiosidad como una bajeza mortal. La gente entra como la inocencia misma y de pronto nos aplasta con su horrible corporeidad, pienso. La gente nos pregunta algo sin importancia, para distraernos con esa cosa sin importancia, y al mismo tiempo tiran de la cortina tras la que está escondida nuestra propia suciedad.


[Alianza Editorial. Traducción de Miguel Sáenz]

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