Inside Llewyn Davis


Tal vez los Coen hayan hecho, con esta película, uno de los retratos más despiadados sobre lo que significa sobrevivir dedicándose sólo a la música. Por lo general, cuando Hollywood nos cuenta historias sobre cantantes, lo hace refiriéndose a los triunfos musicales de gente real como Jim Morrison, Ray Charles, Jerry Lee Lewis, Elvis Presley, Charlie Parker o Ritchie Valens. O se inventa grupos, pero siempre con una carrera exitosa, aunque el éxito sea breve y efímero: como Casi famosos o The Wonders.

Los Coen, en cambio, han optado por un personaje inventado que trastabilla de fracaso en fracaso: ya no tiene el prestigio ni la fama de cuando grababa discos a dúo, suele dejar embarazadas a mujeres que no le quieren, siempre anda mal de pasta, pasa las noches bajo techos ajenos (en sofás de amigos o en pisos en los que sus inquilinos se han ido unos días), tiene que viajar con compañías poco gratas, y la oportunidad que busca jamás parece llegar, pese a que haya grabado un disco en solitario, “Inside Llewyn Davis”, que no se vende como esperaba. El periplo de Davis, eje de las derrotas y de las desdichas de la trama, en manos de los Coen es muy parecido a la realidad e incluso sería deprimente si no fuera por ese humor que no suele faltar en sus películas, y que siempre suelen aportar los personajes secundarios: los tarados, los jefazos salvajes, los freaks de salón, los matones, los empresarios crueles, los idiotas y los simples. De hecho, es su marca de identidad: ese universo de secundarios que aportan humor y locura a las desventuras de los protagonistas, y que aquí no se queda por debajo del nivel habitual… la galería es amplia y variada, empezando por un tipo gigantesco con dos bastones que no para de contar hazañas, y siguiendo por los invitados a cenar de una pareja amiga de Davis (invitados que siempre tienen los mismos caretos aunque sean personas distintas), sin olvidar a una secretaria de cien años, un conductor que no habla y sólo fuma o un padre que no dice ni una palabra.

Joel y Ethan Coen han logrado una de sus obras más sólidas: circular, árida, y muy realista (de hecho, algunos de mis amigos son músicos y, en ciertos detalles, los veo reflejados: es un mundo jodido). La imagen de Oscar Isaac con un gato rojo en brazos caminando por la calle perdurará en el imaginario de los Coen durante mucho tiempo.

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