Acuoso inframundo. Cuentos mayas II.

                                                                                                Por Juan Laborda Barceló

Buceaba como si el agua fuera su hogar. Al zambullirse entre los peces y la sal sentía que estaba a salvo de todo. Al volver a tierra, le faltaba el aire, tosía y se mareaba, como si el suelo bailase. Desde niño había mostrado su querencia por el azul pálido del mar. Investigar las curvas del arrecife de coral había sido el mejor y más peligroso juego de su infancia.
Por eso, cuando los ancianos de nuestra bella tierra de Tulum proyectaron el canal, él se ofreció voluntario. Mi amado Mayan era un portento que los dioses habían dejado vivir en nuestra tierra. Su torso ancho, del mismo color que la yuca, le permitía permanecer bajo las olas lo suficiente para realizar el trabajo. Pronto fue el encargado de abrir la brecha en la barrera natural que envolvía la ciudad. Ese tajo permitiría aumentar el comercio, a la vez que serviría de frontera con otros pueblos belicosos. Romper el coral es un trabajo sagrado, me decía cada noche, si los dioses lo han puesto ahí, por algo será. Eso mismo pensaba yo cuando le esperaba cada tarde sobre la arena blanquecina. Allí, con la piel caldeada por el cuarto de los soles, observaba como en una leve franja de mar, el agua cambiaba de color. Era donde habían creado el paso. Yo, me sentía tan orgullosa de él que no podía ocultarlo.
Un grupo de siete hombres salía con la luz mortecina que precede a la noche. Traían siempre un riguroso orden, pero aquel día aparecieron alterados. Ayudaban a Mayan, habitualmente buen nadador, a llegar a la orilla. Vi el rojo tiñendo su brazo canela y me alarmé. Nada bueno nos traería jugar a ser dioses, pensé. Su machete de obsidiana se había quebrado al golpear el fondo marino. Su cuerpo se descontroló y los finos dientes que forman el coral le hirieron la mano. Todos le ayudaban. Era un jefe apreciado.
Tulum es, para nosotros, un jardín colgante sobre el océano claro. Un universo completo de energías encerrado en un rectángulo de piedras. Fuera de las murallas no hay vida, repetía a diario el sacerdote. Por eso, muchos nunca conocimos nada más allá. El gran templo, nacido sobre la roca vertical, lame la playa y observa a diario las evoluciones acuáticas de Mayan. Es la casa del “Dios descendente”, Itzamá, en honor del cual está construido el lugar.


Mayan pasó días enteros sumergiéndose. Purificándose en una ardua tarea a los ojos de los dioses celestes, o como decían algunos, actuando contra ellos. Abrir el santuario en su barrera marina era una soberbia temeridad. Mientras el dios sol daba su luz, él buceaba sin cesar. Las pausas eran para coger aire, buscar mi preocupado rostro en la distancia y volverse a zambullir. Algunas noches, entre angustias y mareos terrestres, me decía que mi mirada le acompañaba en la azul inmensidad.
Al fin, llegó el día. Toda la población observaba desde la base del templo. El océano se mostraba abierto en un punto. En ese momento, una embarcación cruzaba la sagrada línea. El canal estaba terminado. Yo miraba con un amor casi físico a mi querido Mayan. Trataba de sostenerle con mis emociones, pero no pude hacerlo. Tras unos segundos con la respiración agitada, se quedó ensimismado, perdido en el ancho de la línea del horizonte. Al instante se desplomó, yo sabía que muerto. Los dioses se habían vengado de nuestra soberbia en él. Ante mis ojos, su cuerpo inerte resbaló por la roca que nos sostenía, como si fuera una raíz viva del templo de Itzamá, y cayó con un chapoteo escaso al mar. Todos miraron. Nadie se atrevió a romper la solemnidad del momento. Sólo pude pensar que Mayan sería dichoso, pues iniciaba su camino hacia Xibalbá, el inframundo. Tendría que cruzar ríos, mares de tiempo y, mientras durase el trayecto, estaría en el agua, su medio más querido.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*