Mal dadas, de James Ross


Por lo que nos cuenta George V. Higgins en el epílogo, James Ross no tuvo tanta suerte como otros escritores con los que comparte género, como James M. Cain o Raymond Chandler. Publicó esta novela y cayó en el olvido, pese a que no quiso ajustarse al lenguaje poco soez y a las elipsis que imperaban entonces (tal vez por eso no tuvo éxito).

Mal dadas carece de uno de esos argumentos enrevesados, llenos de mujeres fatales, tiroteos y recovecos de la trama. Al contrario, se trata de una novela en la que los personajes principales no hacen muchas cosas: van y vienen por el salón de carretera en el que trabaja el protagonista y narrador, beben mucho, juegan en partidas clandestinas y alquilan las cabañas de al lado para echar un polvo, a veces con mujeres casadas. Pero dentro de esa rutina hay dos hombres que apostarán por un plan retorcido: el propio narrador y el tipo para el que trabaja; ambos deben dinero, están endeudados hasta el cuello y afrontan la Depresión como pueden; cuando escuchan que uno de los clientes guarda un buen fajo de billetes en su casa, planean robárselo y deshacerse de él.

Ya digo que tampoco suceden muchas cosas, aparte del tráfago de personajes estrafalarios que pululan por el local de carretera… y, sin embargo, uno se engancha al libro desde las primeras páginas. Ésa era la virtud de aquellos escritores norteamericanos (Chandler, Hammett, Cain, Horace McCoy…): su estilo era tan directo, tan sutil, tan sencillo pero a la vez repleto de significados y complejidades, que uno siempre se enganchaba. El estilo de Ross a mí me recuerda un poco al de Horace McCoy, con su abundancia de diálogos y el retrato de personajes inmorales que van y vienen. La frase clave de la novela la pronuncia el dueño del garito en la página 281: Si empiezas por abajo de todo tienes que ser más duro que toda la gente que te separa de la cima. Y de eso trataban muchos de esos libros: de cómo ganar dinero, de cómo ascender de clase social aunque para ello tuvieras que asesinar y robar y esconder cadáveres; de cómo ser más duro que el resto para sobrevivir.


[Sajalín Editores. Traducción de Carlos Mayor]

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