Sacrilegio II. Raúl Calvo



La alameda resguarda
el furtivo aroma
del amor de mercado.
Perdida la inocencia
en un vodka sin hielo
se ve el contorno difuso
del sentido desfondado,
y entre cosas casi líquidas
como clépsidras,
la muerte se abre camino
fácilmente.

Pero, la alameda resguarda
el furtivo aroma
del amor de mercado.
Y uno tiene que atarse
a la vida
para no sucumbir
cada día: holocausto
después de holocausto.

Y me abrazo al ser semidesnudo
que me costó 50 pavos,
y miro a esa mujer
que se dispone
a meterse en la boca el desarraigo
del bien, del mal y del espanto,
y no puedo evitar
musitar:
“El cuerpo de Cristo.”
¡Y la carne redime el desengaño!



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