Los diarios de Babilonia: La muñeca hinchable


Por uno de esos caminos de centauros que unen Long Island, nos encontramos con la muñeca hinchable. Mi camarada conducía mientras me iba contando diversas anécdotas, cuando en un carril paralelo descubrí a un individuo cuyo copiloto era una muñeca hinchable. Con los ojos como platos, y tras asegurarme de que no era una ilusión, le dije a mi colega: Hostia, mira ese tío, no me lo puedo creer. Mi camarada siguió conduciendo sin darle mayor importancia. Pero tío, insistí, ese chiflado lleva una muñeca hinchable al lado. Finalmente, con una sonrisa, mi colega decidió neutralizar mi estupefacción explicándome que si van más dos o más personas en el coche puedes utilizar el carril rápido, algo pensado para reducir el tráfico, porque en cada casa hay un vehículo por persona. La muñeca era una estrategia habitual. Aunque si le pillan se le va a caer el pelo, remató. Luego siguió contándome que cerca de allí estaba el aeródromo desde el que despegó Lindbergh en el primer vuelo en solitario y sin escalas sobre el Atlántico. Podemos ir al museo de la aviación si te apetece, concluyó. Pero yo no podía apartar mi mirada de la muñeca hinchable, que en su celo de verosimilitud, tenía incluso un móvil pegado con celo a una mano…

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