El infierno de Precious







Mentiría si dijera que no soy caprichosa; me gusta flirtear con diferentes géneros literarios. Quizás porque desconozco con cual me siento más a gusto.

Me da lo mismo describir un ménage à trois que una escena campestre. Siento lo mismo, hablando de una lata de atún que de cadáveres “devorahombres”. Mi mente se enajena de igual modo y olvida la vida que la circunda, escribiendo un poema que un relato. No preciso leer o imaginar... Sólo necesito un ordenador o un bolígrafo. Soy atípica.

Sin embargo, he de reconocer que lo tétrico y repugnantemente siniestro, me atrae. Seguramente, por este motivo Poe es mi escritor favorito. Y conste que, cuando lo leía sentía un miedo terrorífico.













El infierno de Precious




Precious caminaba por la estrecha avenida impregnada de una traspiración copiosa. El bochornoso calor hacía que su organismo se derritiera como una terrina de mantequilla búlgara. A lo lejos, observó  el único edificio alto de la arteria. Allende, un colosal rascacielos acristalado de color humo. Su única salida: llegar al ático y respirar aire puro. Una utopía inalcanzable en el universo de la imprevisible Precious

A medida que avanzaba, la calle iba estrechándose. Una incipiente claustrofobia se apoderó de ella. Los goterones de sudor empapaban su deslustrado cabello y seguían como prósperos caudales de un torrente desbocado por sus bondadosas carnes. Pensó que cuando llegara al edificio se vería más escuálida que una anoréxica. Entonces sería doblemente feliz.











La calle estaba vacía. No se escuchaban ni las bisagras de las ventanas ni los zumbidos de las moscas. Nada. Exceptuando el virulento calor que agotaba todos los retículos de su pringosa hechura. Cuando llegó a la entrada de su grandioso ídolo de cristal y hormigón, su masa encefálica estaba hecha mixtos; las cerillas de su cajetilla, siempre eran las mismas. No recordaba ni su pasado ni su vida. Sin embargo, estaba alegre. Se enroló en la puerta giratoria y jugueteó unas cuantas veces. El ascensor estaba averiado. Tenía que subir sus 66 plantas andando. No había otra forma de tocar el cielo.

En el vestíbulo había bastantes personas: se asombró. Las primeras que veía desde que había emprendido su hazaña. Rostros anónimos que conocía de algo... Malditas fotocopias de una pasado añejo que no comprendía; un rompecabezas con las piezas desajustadas. Resopló como un toro frente al burladero y empezó el ascenso. 












En el piso décimo, la camiseta parecía la de un pívot de la NBA en el tercer cuarto. Se la quitó. En el veinteavo los pantalones se le cayeron. ¡Por fin había dejado de ser una obesa! En la plata treintava, se dijo a sí misma que podía presentar su CV en alguna agencia de modelos. En el rellano cuarentavo, su cuerpo era un pellejo. Una catarata escalonada de carnes flácidas, un neumático Michelin deshecho. Quizás debía descansar y olvidar el paraíso. Sus dendritas estaban fundidas y desconocía el porqué de su empecinado proyecto. Descansó un rato y siguió subiendo hasta la cumbre.


***


En mitad de la quinta avenida de NY, se abrió una alcantarilla: Precious asomaba la cabeza.

―¡Por fin soy libre!!! gritó, respirando con todas sus fuerzas.

Su cuerpo era un papel de fumar arrugado que apenas se sostenía; cualquier brisa de aire lo hacía revolotear. Pero, estaba pletórica. Había llegado a la meta. Se levantó de un salto y un autobús la atropelló: la dejó como un dibu estrellado contra el pavimento. Entonces, vio a un lechuguino con patas de macho cabrío, cuernos rasurados y Cohibas.








¿Dónde creías que ibas Pequeño gusano? le preguntó.

Al cielo contestó ella.

―¡Al cielo! Jajajaaa… Esto se llama Tierra y tú perteneces a las cloacas del abismo. Eres mi rea dijo el leviatán opíparo, relamiéndose sus groseros labios al ver que había encontrado a su presa.

Debes estar equivocado. ¡Esto es el cielo, idiota!

―¡Esto es el puto infierno! Vivirás mejor en mi covacha que en este rincón olvidado de Dios. Estaba tan hasta los huevos de vosotros, que se marchó de vacaciones y todavía no ha vuelto.

Eso es imposible…

Piensa... ¿no recuerdas que has hecho lo mismo muchas veces?

Pues ahora que lo dices…

Precious pone cara de sorpresa y rebusca en sus recuerdos, en su memoria perdida... Su rostro adquiere el color mohecido de los cadáveres. Unos lagrimones surgen de sus cuencas baldías.

Su autobiografía, ha vuelto. Tenía dieciséis años cuando cogió la plancha de mami y la emprendió, ¡a planchazo limpio! Con toda su parentela. El pico de teflón rebosante de masa encefálica. No los quería, por que se burlaban de ella: “¡gorda, gorda, gorda!”. Le repetían.

La sentencia: infierno perpetuo.

Precious hizo un mohín de complacencia. Por lo menos, allí abajo nadie se metía con ella. Lo único que le sacaba de quicio era cada vez que aterrizaba en las marmitas de Pedro Botero. Su cuerpo bullía y no recordaba porque estaba en esa cazuela enorme y repleta de personajillos repugnantes como ella. Tampoco le importaba demasiado: era una luchadora. Sabía que volvería a escabullirse arrastrándose desde el caldo mágico hasta el borde metálico del puchero. Desde allí, emprendería su sempiterno vía crucis para volver al limbo.

Sin embargo, el cielo era su verdadero infierno.




Anna Genovés
16/11/2013


Derechos reservados a su autora
© Anna Genovés




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