Los comienzos de la vida

lolita

Hacedme el favor de intentar recordar de forma literal, es decir, frase por frase, palabra por palabra, alguna parte de un libro que os haya impactado. Sí, efectivamente, es el comienzo del libro, ¿verdad? (Si no es así tenéis una disfunción lectora y debéis ir a que os trate un especialista, desde luego, id a joderle el artículo a otro). Hay algo de los comienzos que deja impronta sobre el lector, que se fija sobre la carne. Quién no recuerda quizá el comienzo más famoso de la Historia. Nabokov en su Lolita sí que lo supo hacer bien.

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.

El comienzo es el que te te mete en la obra (disculpen la obviedad), es decir, el que te marca el estilo, el ritmo, el tono de lo que vas a leer. Si el comienzo no cuadra con lo que luego lees te sientes engañado. Oí a alguien que decía: en el comienzo del libro debe de estar contenido el libro entero. Los clásicos lo tenían claro, no hay más que leer, por ejemplo, a Shakespeare, Romeo y Julieta, primer acto, un prólogo, un soneto, y en el soneto, el tío va y te cuenta la historia entera, te casca que hay dos casas enfrentadas, en Verona y dos enamorados, QUE AL FINAL SE MUEREN, ole ahí, Shakespeare, y no te dice, a partir de aquí continuamos, sino que dice, esto es lo que va a pasar y si no te has enterado pues ahora con la obra lo entiendes mejor. Qué pasa, que si te has enterado, ¿no hace falta que veas la obra? Fuera de cachondeos, la cosa va un poco así, sin ser tan obvios como el bueno de Shakespeare, vivimos en otra época, pero casi así, colocando la obra entera en el principio. Es casi una sinécdoque, una parte por el todo, es aquello del universo contenido en una molécula. Siempre me acuerdo, para ejemplificar esto en nuestros tiempos de la primera frase de Esperando a Godot de Beckett:

Estragón: No hay nada que hacer.

Ya está, ya te lo ha dicho, por supuesto que no se queda ahí, pero te lo ha dicho, Esperando a Godot es eso, esa primera frase. Me imagino a Beckett escribiendo la primera frase y pensando, hala, pues ya está, ya está escrita la obra.

Yo siempre me acuerdo de La señora Dalloway, ese primera frase que recoge una apuesta en estilo y que nos dice cómo está escrita el resto de la novela:

La señora Dalloway dijo que compraría las flores ella misma.

Ese diálogo indirecto, ese “dijo que” rompiendo la frase, contra el esperado “dijo -”, esa mezcla de pasado y condicional, lo que fue y lo que pudo haber sido, esa tercera persona en vez de la primera al decir, creando la dualidad del que dice y el que reflexiona. Luego M. Cunningham tuvo la contra de darnos un gran final robándole a Virginia Woolf el texto de su carta de despedida a su marido antes de suicidarse para cerrar su novela Las horas. La novela fue llevada al cine, aquí os dejo ese final, las palabras:

El comienzo que más me impactó en mi vida fue el de Cien años de soledad, la novela también me impactó. Tanto que según la acabé la volví a empezar y me la leí de nuevo. No sé si ahora sentiría lo mismo, pero la adolescencia tiene sus cosicas.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Con la primera frase habría bastando, empieza en medio de una acción total, en el sentido de que tras el fusilamiento lo que suele llegar es la muerte, para transportarnos directamente al principio de la historia, y de los tiempos, que es lo mismo, a través de la memoria emocional, un salto en una frase del final, al principio, todo contenido, más ese realismo misterioso o mágico, también poético, que marca que lo le llevan a conocer es el hielo. He puesto las dos siguientes frases porque me encanta esas piedras como huevos prehistóricos y esa exageración tan llamativa que trae la tercera. Luego uno se da cuenta que García Márquez sabe hacerlo muy bien y lo repite en el comienzo de Crónica de una muerte anunciada:

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo,

De nuevo final y comienzo, muerte para empezar, y algo extraño, un obispo. Los latinoamericanos siempre han sido buenos en esto, bueno en todo, pero en esto también, de comenzar libros. No se me olvida el comienzo de Pedro Páramo del gran Rulfo:

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.

Ese vine a Comala se nos ha quedado a todos. A veces me pregunto si estos títulos permanecen en mí porque la novela que los siguió me causó un impacto o ellos, solos, por si mismos, ya se valen. Por ejemplo, el principio de Anna Karenina de Tolstoi, casi podría ser un aforismo él solito:

Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera.

En cualquier caso, parece que todos estos comienzos impactantes tienen varias características en común. La idea de plantear un conflicto en una frase y que en esta frase se contenga un mundo, abarque un todo, cargue con la novela en esa brevedad.

quixote

Acabo con esto:

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

Sí, reíos, pero conflicto entre estilo y contenido y ese ¨de cuyo nombre no quiero acordarme”, introduciendo al narrador en medio de la historia, todo el punto de vista ahí en lo alto, y ese vergüencita que va a dar El Quijote a lo largo de toda la novela. Cervantes, buen chico, así sí.

Hay un final, es verdad, del que me acuerdo siempre. Es el final de El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez. Acaba así.

Mierda.

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