A tuitear

Hordas de turistas rusos en camisetas de tirantes copan el litoral catalán; viejos cines echan el cierre apurando el último suspiro de agosto; los históricos trofeos veraniegos de fútbol malviven en el ostracismo -¿alguien se acuerda hoy del Teresa Herrera o del Carranza?- y las fiestas mayores de los barrios barceloneses han dejado de ser el escenario preferido de los políticos para fotografiarse, entre niños y señoras de edad provecta, luciendo bronceado y camisa -o polo- radiante.

Signos de la modernidad, apuntan algunos para explicar este cambio de hábitos de los dirigentes catalanes. Son las derivadas de la crisis, quieren evitar los silbidos y la bronca, dicen otros. “No van porque están de vacaciones”, esgrimen mientras tanto desde los partidos para restar importancia al fin de los tradicionales pasillos de los políticos por las fiestas de Gràcia, acompañados de un tropel de asesores, cargos locales dispuestos al aplauso, trajeados guardaespaldas y periodistas bañados en sudor, que fueron durante años una nota obligada en la agenda política catalana.

El bautismo popular de un nuevo curso que, sin embargo, en los últimos veranos se ha convertido en algo (casi) residual. Un mero recuerdo de aquellos tiempos no tan lejanos -en el 2003 los diarios hablaban de las fiestas de Gràcia como primer escenario de una larga batalla electoral- en que los que Maragall, Montilla, Saura, Mas, Carod, Duran, Sánchez-Camacho, y muchos otros, circulaban por las calles engalanadas de Verdi y Joan Blanques; estrechaban las manos a curtidos jugadores de dominó, escuchaban consejos de potenciales votantes, recibían no pocos piropos y aguantaban con el estoicismo que se espera del cargo las moderadas quejas de la asociación de vecinos.

Cumplido con este trámite que surtía a los medios de imágenes desenfadadas, titulares que fijaban posiciones de cara a la rentrée otoñal y anécdotas con las que salpimentar crónicas periodísticas, los líderes políticos regresaban a sus coches oficiales con el sabor de haber cumplido con la tradición y de practicar una política de “proximidad”. Sin embargo, en las recientes fiestas de Gràcia, siempre bulliciosas y abarrotadas de autóctonos y turistas, además del alcalde Xavier Trias y algunos dirigentes locales como el socialista Jordi Martí, apenas acudieron segundas espadas de la política catalana.

Lo mismo ocurrió el año pasado -también en Sants- sin que se conozcan por ahora que los vecinos de estos populares barrios hayan expresado preocupación o signos de añoranza. Los políticos se alejan de las fiestas, sus asesores prefieren que llenen Twitter de opiniones, como también evitaron la pasada campaña electoral los actos a pie de calle y especialmente las antaño tradicionales visitas a los mercados, donde el humor y la opinión de los tenderos ejercían de termómetro social. A tuitear se ha dicho.


Archivado en: paisajes urbanos, política Tagged: barcelona, barrios, fiestas populares, política

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