Relatos de Kolimá. Volumen V. El guante o RK-2, de Varlman Shalámov


La serie de Relatos de Kolimá está llegando al final. Me parece una gesta por parte de la editorial, en estos tiempos: traducir seis volúmenes de un autor ruso que jamás será tan célebre como Pasternak o Dostoievski, pero que sin embargo es uno de los más grandes escritores de la literatura, como demuestran todos estos textos que Minúscula ha ido publicando. Según anuncian en la contracubierta de esta entrega, la sexta y última ofrecerá ensayos de Shalámov sobre su experiencia.

En el Volumen V encontramos 21 relatos, si no he contado mal. Y en ellos, como ya sucedía con los otros libros, destacan la sobriedad estilística del autor, su precisión narrativa, la fuerza de su estilo siempre despojado de sensiblería. Tal vez mi favorito de todos sea “El guante”, en el que Shalámov dice cosas como ésta:

Primero hay que devolver la bofetada y solo luego dar la limosna. Hay que recordar antes el mal que el bien. Recordar todo lo bueno durante cien años, y todo lo malo, durante doscientos. Bien lo sabía él, que las pasó putas durante tanto tiempo en los campos de trabajo y en las condiciones más adversas.

Varlam Shalámov atravesó varios infiernos helados y de ellos extrajo una sabiduría esencial para sus libros. Dice en el Vol. V:

¿Qué sabemos del dolor ajeno? Nada. ¿Y de la felicidad de los demás? Aún menos. Hasta de nuestro propio dolor intentamos olvidarnos, y la memoria es concienzudamente débil en lo que se refiere al dolor y la desgracia. Saber vivir es saber olvidar, y nadie lo sabe tan bien como los habitantes de Kolimá, como los presos.

En uno de los relatos, “Noches atenienses”, habla de cómo en los gulags pisoteaban los cuatro deseos básicos para el hombre (según la relación establecida por Tomás Moro): el hambre, el sexo, la micción y la defecación. De cómo las autoridades impedían que la satisfacción de esos deseos les procurase algo de felicidad. Shalámov habla de las cortapisas para cada caso. Pero insiste: lo peor es pasar hambre; no hay nada igual. Leamos lo que dice al respecto:

Es más importante vencer el hambre. Y todos tus órganos se ponen en tensión para no comer demasiado. La tuya es un hambre de muchos años. Divides con dificultad el día en el desayuno, la comida y la cena. Durante largos años, todo lo demás no existe en tu cerebro, en tu vida. Comer algo suculento, hasta hartarte, comer como es debido, es algo que no puedes hacer: tienes ganas de comer todo el tiempo.


[Editorial Minúscula. Traducción de Ricardo San Vicente]

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