El punto imaginario


Polaroid de Tarkovski. Hace un par de años hicieron una exposición con unas cuantes en el Seoane de Coruña.

Zona, de Geoff Dyer. A modo de subtítulo lo siguiente: Un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación. Es el más difícil todavía, el salto mortal circense. El Ulises de Joyce; un tipo de desayuna tripas y sale a dar una vuelta. Proust; a un asmático le sirven un té con magdalenas. Pero bueno, de algo hay que vivir; unos escriben libros en los que nadie (los personajes, se entiende) se aburre ni un minuto y otros escribimos lo que podemos. Dyer, no teniendo grandes cosas que contar seguramente de sí mismo ni de nadie nos cuenta una película. La película, para colmo, es de Tarkovski. En cine, Tarkovski, es la mirada fija en un punto imaginario. El punto imaginario lo mismo puede ser una mancha en la pared, una tubería oxidada o la cabeza de un caballo comiendo. Nos hacemos una idea. Una vida en el campo; el reloj es el sol. Tarkovski no es un urbanita, precisamente. Hay que ser joven para amoldarse al tempo Tarkovski. Después todo son picores, todo es ir a alguna parte y venir y volver a ir, y hacer y dejar hecho para mañana. Mi querido Claudio Rodríguez: "Heme aquí bajo el cielo, / bajo el que tengo que ganar dinero".

Tarkovski está salvado. Calcetó su cine con imágenes sagradas; eran sagradas porque para él eran sagradas. Con eso basta, o eso es todo. Lo de Dyer no es una elección cualquiera; es casi una poética, y sin ponerse muy estupendo. Lo mejor del libro, claro, son sus incursiones en lo autobiográfico. "Los conceptos pasan, las formas permanecen", decía J.R. Ribeyro.

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