Error de cálculo

Viñeta de "Los combates cotidianos"


Es lunes por la tarde y nos encontramos los seis en el Café Azul: Borja, Silvi, Diego, Cris, mi hermana y yo; un cónclave que últimamente se repite con frecuencia. No llegamos a la vez pero, poco a poco, las dos mesas de madera se van llenando de dobles, claras, patatas fritas y paquetes de tabaco, que entran y salen del local cuando prolongamos la conversación con un pitillo en la calle Fúcar, donde una noche fría, a salvo de la lluvia, se va imponiendo sin ninguna prisa. Cada uno tiene su lugar en el grupo; y un conocimiento íntimo de años, el haber compartido ese tiempo en el que crecimos y descubrimos tantas cosas, nos exime de la impostura.

Hay mucho que contar; mucho de lo que reírse y a lo que restarle importancia; hay decisiones que, de repente, imprevistas, se perfilan en el horizonte cuando no se las esperaba. La cena se convierte en una especie de alto en el camino, de paréntesis para el avituallamiento. Estamos a gusto y muy pronto se me olvida la tensión de la novela inacabada. Llama Merce. Llama Raquel. Llama Javi y quedamos en vernos.

Y pienso que tengo mucha suerte.

A lo mejor por eso he perdido el miedo.

No escogemos a la gente que se queda, que se descubre en el momento exacto y en el lugar exacto para nosotros.

Tampoco prevemos las pequeñas decepciones ni los besos en el portal. A veces elegimos mal pero incluso el error, ese fallo de cálculo que nos hace subestimar las consecuencias del salto al vacío, puede convertirse en una ventaja.

Es una ventaja.

Nos vemos en los otros, por eso importa tanto quién nos mira, quién interpreta cómo somos y se toma la molestia de prestarnos atención. Según quién sea, nos hará mejores o, sin darse cuenta, con la inconsciencia catastrófica de un gigante corriendo por la Gran Vía, tratará de aplastarnos y diluirnos en su huella. En ese caso, aunque no habrá intención (los gigantes son físicamente grandes pero poco listos), la ausencia de malicia no suavizará el daño.

Las chicas quedamos para ir a correr al Retiro, y Borja y Diego, ya a punto de despedirnos, nos dicen que nos saquemos una foto antes de empezar la carrera. Tenemos muchas fotografías de hazañas similares, hemos compartido antes muchas noches como esta y habrá más.

Habrá más secretos confesables, que nos harán más fuertes.

La excelente reseña de María Hernández sobre "Los combates cotidianos", que Ana y yo leemos antes de irnos a dormir, empieza con una cita de la novela gráfica de Larcenet que hago mía:

"La retirada es parte del combate".

Me hace pensar que la guerra no merece la pena, sobre todo si el contrincante no está a la altura.

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