AMAR A LA LUNA

"No existe amor en paz. Siempre viene acompañado de agonías, éxtasis, alegrías intensas y tristezas profundas" (Paulo Coelho)





1
En su primera cita juntos, después de un año de conocerse, Pablo pidió un gin-tonic con pepino. No le gustaba especialmente. Lo hacía para impresionar a Christian. Desde hacía unos meses, todo lo que hacía Pablo tenía ese mismo objetivo. La ropa que escogía al levantarse. Sus estados de facebook. Sus comentarios en voz alta. Todo un trabajo lento y meticuloso para conseguir que Christian se diera cuenta de que Pablo era el hombre de su vida.
Pablo amaba a Christian por encima de todas las cosas. Por encima de sí mismo. Por encima de su mundo y su propia vida. Lo supo desde el principio. Christian tenía los ojos grises. Ni negros. Ni marrones. Tenía el pelo castaño y un piercing en la ceja. Formaba parte del equipo de informática de la misma empresa en que trabajaba Pablo de administrativo. Pablo siempre había querido ser otra cosa, pero no sabía el qué. Por eso estaba atrapado allí. Día tras día. Sumando, restando y vendiendo.
El día que apareció Christian, fue como una ráfaga de aire fresco en las rutinarias mañanas de Pablo. Había pocos chicos guapos en aquella oficina. Pablo era de los más jóvenes y, hasta entonces, el único chico homosexual. Christian y Pablo empezaron a coincidir algunas veces en el descanso para el desayuno. Congeniaron en seguida. Charlaban de indie rock o de películas de los ochenta. Se reían juntos. Pero nunca se habían visto fuera del trabajo hasta aquella tarde.
Christian pidió un Bloody Mary porque le refrescaba la garganta y le quitaba el hambre. Llevaba una camisa negra. Pablo llevaba una camisa blanca.
—Es curioso que no nos hayamos visto nunca fuera del curro, después de tanto tiempo —dijo Pablo.
Lo cierto es que Pablo lo había pensado muchas veces, pero nunca se había atrevido a invitarle a una copa. O al cine. O a un concierto. Parecía tan sencillo... Y no lo era. 
Pablo cruzó las piernas buscando la postura que creía que sería del agrado de Christian.
—Es verdad. Lo paso genial contigo en los ratos libres. Eres muy divertido.
—Gracias —dijo Pablo.
Tenía muchas ganas de besarle. Pero no lo hizo. Charlaron hasta la hora de cenar y la cita terminó con un abrazo. 

2
Los siguientes días en la oficina, fueron divertidos para Pablo. Christian buscaba cualquier excusa para acercarse a saludarle. Pablo sonreía de la forma en que pensaba que a Christian le gustaría que sonriese. Y así tuvieron una segunda cita, donde tomaron vino tinto y hablaron sobre Oscar Wilder, Shakespeare y Edgar Allan Poe. La cita terminó con un abrazo. En la tercera cita y en la cuarta, los temas fueron variados y Pablo consiguió cogerle la mano. Christian parecía receptivo. Nunca sugería ningún plan, pero parecía encantado de que Pablo le propusiera cosas para hacer juntos.
En la quinta cita, fueron a ver una película de Woody Allen en versión original y, después, a cenar a un restaurante japonés. Esa noche, por primera vez, se besaron.

3
Después del beso, Pablo estaba eufórico. Llamó a todos sus amigos para contárselo. Colgó en facebook un vídeo de una canción de Nancy Sinatra y se fue a dormir con una sonrisa auténtica en los labios. Una sonrisa de verdad que no buscaba ser del gusto de nadie.
Pero Christian no pasó a saludarle a su puesto de trabajo a la mañana siguiente. Ni le envió ningún mensaje de whatsapp. Pablo intentó no darle importancia y decidió esperar.
—¿Sabes si ha venido Christian de informática a trabajar? —le preguntó a su jefe un día después. 
—Sí, me crucé con él antes.
A Pablo le temblaron los dedos de los pies.
Al tercer día sin noticias suyas, decidió bajar a buscarlo. Christian solía estar en la tercera planta, así que cogió el ascensor. Marcó el segundo piso por error. Después el cuarto. Finalmente, marcó el tercero y guardó sus manos en los bolsillos. Salió del ascensor con pasó firme, saludó a dos secretarias. Cruzó el pasillo hasta el departamento de informática. Allí estaba Christian, riéndose con sus compañeros.
—Hola —dijo Pablo, generando un silencio inesperado.
—Hola —dijo Christian.
—Tengo un rato libre. ¿Te bajas al bar a tomar un café?
Christian miró a su superior que asintió con la cabeza. 
—Vale —dijo.
El camino hasta el bar fue algo tenso. Hablaron del tiempo.

4
Pablo pidió un café descafeinado de sobre. Christian, simplemente, un café con leche.
—¿Qué te pasa? —dijo Pablo directamente.
—Nada —contestó Christian.
—Me estás esquivando. Creía que las cosas iban bien entre nosotros.
—No sé, Pablo. Me siento muy confundido.
—¿Qué ocurre? ¿Cuál es el problema?
—El problema soy yo. Tú eres encantador pero prefiero que solo seamos amigos.
—Pero, ¿por qué? Si tenemos buena conexión...
—Lo sé, pero... hay algo que debería haberte dicho hace tiempo...
—¿Qué pasa?
—Estoy enamorado.
—¿Enamorado? ¿De quién? —quiso saber Pablo.
—Estoy enamorado de la luna.
Pablo nunca se había sentido más herido por una frase tan hermosa.
—¿Qué estás diciendo? ¿La luna?
—Sí. La luna. La luna del cielo. Te lo juro. Sé que es difícil de entender, pero estoy enamorado de ella. 
Aquello era muy extraño pero Pablo sentía que no le estaba mintiendo. Algo en el brillo de sus ojos le hacía parecer sincero. Tal vez estaba loco. Quizás ambos estaban locos.
—¿La amas?
—Con todo mi corazón.
—¿A la luna... la luna del cielo?
—La amo cuando está llena, cuando es cuarto menguante y cuando es cuarto creciente. La amo cuando está grande y roja. Y cuando está amarilla y brillante. Subo por las noches a la azotea y la contemplo. Y hacemos el amor.
—¿Cómo se hace el amor con la luna?
—Me desnudo. Ella brilla sobre mi cuerpo y yo empiezo a tocarme... hasta llegar al éxtasis total. 
—Entiendo.
Pablo respiró profundamente.
—Sé lo raro que suena todo esto —dijo Christian—, pero a ti no puedo mentirte.
Christian cogió a Pablo de la mano. La acarició despacio, como barriendo los pedazos de un corazón roto.
—Lo tuyo con la luna... 
—Sí.
—¿Es que no ves que es imposible?
—Ya lo sé, pero la amo de todas formas. Es por eso que no puedo empezar nada contigo. No en este momento.
—¿Estás seguro? —Pablo era incapaz de rendirse a la idea de perderlo.
—Sí.
—¿Completamente?
—Sí, Pablo. Seamos amigos. Solo amigos.
Pablo no quería ser su amigo. No quería volver a verle nunca más.
—De acuerdo —dijo.
Y se dieron un abrazo muy corto. 
Christian de verdad creía estar enamorado de la luna. Pablo creyó cada palabra de esa historia. Creería cualquier cosa que Christian le dijera. Subieron juntos en el ascensor. Christian se bajó en la tercera planta y se despidió sonriendo.
—Gracias por entenderlo.
—De nada.
Cuando se cerraron las puertas, Pablo reprimió las lágrimas. Se metió las dos manos en los bolsillos. Pensó que Christian era un gilipollas integral por dejar escapar una oportunidad como ésa. Pensó que era imbécil y que estaba chiflado. Que estar enamorado de un satélite del firmamento no tenía ningún sentido. Pero la verdad era —y Pablo lo sabía— que entre amar a Christian y amar a la luna no había ninguna diferencia.

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