Mortal y cursi

Por supuesto, Cela no vuelve, y a Umbral lo vamos perdiendo como a esa amistad de la infancia que hoy ya poco tiene que ver con nosotros. El mundo es cada vez menos azucarado; reverencias las justas, también en la literatura. Tenemos las bibliotecas municipales más o menos bien surtidas. Llegan las novedades y los experimentos van por otra parte; después del monstruo Kafka ya nadie puede ser feliz haciendo crucigramas ni ganando unos juegos florales. Es una desgracia. Leo con más gusto a los émulos de Umbral que al maestro mismo. Gistau, sin ir más lejos. Nos hemos arruinado, quizá a nuestro pesar, ese gusto elemental por la llamada prosa poética (como poesía o casi poesía en prosa, más bien), y que en Umbral venían siendo una contínua distracción de la frase, distraída consigo misma, juguetona y cursi muchas veces.

Mortal y rosa, por ejemplo. Es uno de los pocos libros que tengo todavía de Umbral; le tengo poco aprecio. La mayoría del libro es hojarasca, el llanto declamatorio que acaba casi siempre convertido en un jardín modernista de Rusiñol. Se echa de menos en esa prosa el no ser más que eso, prosa, e incluso el ser menos que prosa. Con los años se aprecia más esa poesía que se da por defecto (y no hablo de Hemingway ni de su puñetero iceberg); hay, digamos, más poesía en la poesía que no está, que no se ve, que no aparece, que en la poesía redundante del buscador de oro en cada frase.

Es un dolor distraído, un juego de dedos nervioso, a veces delicado, casi sentido, porque Umbral usa la escritura como recipiente de lo que en el fondo le importa poco. Escribe como silba, más que como mea. O silba y mea al mismo tiempo, cosa muy común. La verdad, en cambio, no se atreve a silbarla y mucho menos a mearla; sería ridículo además.

Esto no significa que el maestro se haya equivocado. No es que escogiera la opción equivocada. No hay nada que escoger. Cada uno escribe como es realmente. En los excesos poéticos está el pudor, el muro florido que ponemos entre nosotros y los demás. Al maestro le sobró quizá ser demasiado él mismo; con un poco menos de Umbral en Umbral nos hubiésemos conformado. Hay que ir siempre un poco contra uno mismo, no mucho, algo. Se duda, se escribe, y qué más da.

De vez en cuando hojeo algún libro de él. Ya no sé qué busco, si esa prosa estupenda y cursi o el recuerdo del adolescente que fui leyendo en la cama, de lado, con luz de ventana, a la manera de un emperador romano comiendo uvas en su diván.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*