Houellebecq y la rue de Rivoli

Hace unas semanas,paseando por la Rue de Rivoli, me crucé con Michel Houellebecq.Me extrañó verlo en París pues pensaba,tras leer su última novela "El mapa y el territorio", que se había autoexiliado a una casita en Dublin.Su andar era como me lo había imaginado; Nervioso,cabizbajo y muy ligero.Ligero como el andar de esos yonkis que uno se cruza en las tardes de esos barrios sin nombre que sirven de puente entre el centro de las ciudades y la periferia,ansiosos por llegar a su destino para hacerse con una dosis. Mi acompañante, un joven escritor parisino en ciernes, me dijo que era muy normal cruzarse con él por las inmediaciones del Sena y los bulevares más céntricos. Caminaba,como digo, rápido y con la cabeza muy inclinada,parecía una genuflexión en movimiento.Yo, sabedor de su empedernida misantropía,me ahorré hasta el más mínimo gesto, ya fuese una sonrisa, un guiño o un rápido arqueo de cejas. Algo que le dijese que había detectado su presencia y sirviese como homenaje el leve centelleo de la gesticulación que no me atreví a hacerle. Horas después recordé varios de sus poemas y la tierna ironía, el doméstico cinismo y la enfangada filosofía que respiran.

I

SO LONG

Siempre hay una ciudad, huellas de poetas
Que se cruzaron con su hado entre sus muros
El agua corre un poco por todas partes, la memoria murmura
Nombres de ciudades, nombres de personas, agujeros en la cabeza.

Y es siempre la misma historia que comienza de nuevo,
Horizontes destrozados y salones de masaje
Soledad asumida, respeto por el vecindario,
No obstante hay personas que existen y que danzan.

Son personas de otra especie, de otra raza,
Danzamos absolutamente vivos una danza cruel
Tenemos pocos amigos pero poseemos el cielo,
Y la infinita solicitud de los espacios;

El tiempo, el anciano tiempo que prepara su venganza,
El incierto murmullo de la vida que fluye
Los silbidos del viento, las gotas de agua que ruedan
Y la alcoba amarillecida en donde nuestra muerte se adelanta.

II

UNA VIDA DE NADA

Yo ya me sentí viejo al poco de nacer;
Los demás luchaban, deseaban, suspiraban;
En mí no sentía más que una añoranza imprecisa.
Nunca tuve nada parecido a una infancia.

En la profundidad de ciertos bosques, sobre una alfombra de musgo,
Repugnantes troncos de árbol sobreviven a su follaje;
En torno a ellos se forma una atmósfera de luto;
En su piel ennegrecida y sucia medran los hongos.

Yo no serví jamás a nada ni a nadie;
Lástima. Vives mal cuando es para ti mismo.
El menor movimiento constituye un problema,
Te sientes desgraciado y, sin embargo, importante.

Te mueves vagamente, como un bicho minúsculo.
Ya apenas eres nada, pero, ¡qué mal lo pasas!
Llevas contigo una especie de abismo
Mezquino y portátil, levemente ridículo.

Dejas de ver la muerte como algo funesto;
De vez en cuando ríes; sobre todo al principio;
Intentas vanamente adoptar el desprecio.
Luego, lo aceptas todo, y la muerte hace el resto.

III

EL AMOR, EL AMOR

En un cine porno, unos jubilados cascados
Contemplaban, escépticos,
Los retozos mal filmados de dos lascivas parejas;
No había argumento.

He ahí, pensaba yo, el rostro del amor,
El auténtico rostro.
Algunos son seductores, y seducirán siempre,
Y el resto sobrevive.

No existe ni el destino ni la fidelidad,
Sólo cuerpos que se atraen,
Sin sentir ningún apego ni, desde luego, piedad,
Uno juega, y después destroza.

Algunos son seductores y por lo tanto muy amados;
Sabrán lo que es un orgasmo.
Pero hay tantos otros cansados y sin nada que ocultar,
Ni siquiera un fantasma;

Si acaso, una soledad agravada por la impúdica
Alegría de las mujeres;
Si acaso, una certeza: “Eso no es para mí”,
Un oscuro y pequeño drama.

Con certeza morirán un poco desengañados,
Sin ilusiones poéticas;
Practicarán a conciencia el arte de despreciarse,
Será algo mecánico.

Me dirijo a todo aquel que nunca haya sido amado,
Que nunca supo gustar;
Me dirijo a los ausentes del sexo liberado,
Y del placer corriente.

No temáis, amigos, vuestra pérdida es mínima;
El amor no existe en ninguna parte.
Sólo es una broma cruel de la que vosotros sois víctimas,
Una jugada de experto.

Michel Houellebecq.

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