Brianda Fitz-James Stuart, la lectora de cuentos


Existen las cosas bonitas que podemos ver cuando queremos y las que aparecen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos; cuya fugacidad refuerza su atractivo y les confiere un estatus casi mágico. Cuando era pequeña y tenía miedo del sueño, porque pensaba que podía no volverme a despertar, mi tía me contaba siempre el mismo cuento: la historia de Brigadoon, un pueblecito perdido en medio del bosque, cuyos habitantes sólo permanecían despiertos un día de cada cien años. Además, para reforzar el interés del relato, mi tía sexagenaria añadió al pueblecito un ingrediente de su propia cosecha, que no se les había ocurrido a Lerner y Loewe, autores del musical de Hollywood: el pueblecito, con sus habitantes dormidos, cambiaba de lugar, de manera que mantenerlo localizado resultaba imposible. Nadie podía saber dónde resurgiría pasado un siglo.


Brigadoon era una historia de amor entre Gene Kelly y Cyd Charisse, pero yo aún no había cumplido los diez y el drama sentimental todavía no había hecho acto de presencia en mi vida minúscula. Lo que de verdad me fascinaba era la idea de aquel lugar intermitente, tan difícil de encontrar… me fascinaba tanto que me ha acompañado hasta hoy, concretamente hasta la tarde de finales de febrero en la que me pierdo por Malasaña para acudir al encuentro de la diseñadora Brianda Fitz-James Stuart.

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