Confesión sobre el mármol de fresias



A mi mejor amigo, Jesús Borda (otra vez)
A Lucía Santillán, la mujer que se casó con un violín

A Gabriel, porque siempre, todos los días es 20 de febrero



Yo nunca fui una mujer suave y leía Alejandra. Ya no lloro cuando leo Alejandra. Y tengo un amor pero me voy a casar con otro hombre. Y tengo el pelo larguísimo, como decir que soy solitaria y me doy el asco necesario cuando despierto el lagrimal y se infecta. Mi ojo derecho tiene una tristeza arrodillándose y yo la froto con la mano izquierda que le pone otra tristeza un poco más azul, y se tocan y entonces hay tormentas y catástrofes preciosas.

Hay una mujer tocando el violín, siempre. Ella dice que su violín hace espuma porque a los pájaros les duele la libertad. No lo sabe, pero yo la admiro. Le presto mi ojo izquierdo, que está un poco más sano. Pero la música no pregunta y le abre los ojos a todas las madres que no soy. Porque nunca fui suave. Porque lloro sin necesidad de las lecturas de Alejandra, y porque sí, porque el amor es ciego y azul.

Todo es azul,
 nunca me amó ningún poeta (¿o sí? en cualquier caso, me duele)

Y hay un hueco que se me ve desde la estratosfera, y tengo un alma
y un miedo como saber que mañana volveré a despertarme.
Como saberme amando.

Acá, soplo desde dentro. Dentro hacia fuera, y hago viento y mi pelo larguísimo es una pausa menos solitaria y viene G y hay la música porque la niña –la mujer del violín- es ahora un ave, un pajarito que de pronto es un pentagrama y que de pronto es una batalla de pájaros en el sexo, y toca un tango más, cada vez. Y viene G, se queda G y mis manos son el cuerpo abrazado o un latido, algo para que nunca comience con la palabra siempre.

Lo inevitable es este ojo derecho doliéndole a mi almohada, y la mano que escribe, como siempre, y entiende que la belleza es un torrente de algas en el río y que naufragan cuando acerco mi boca y necesito arrancarlas porque el sabor…

No quiero saber la belleza y esta cosa escrita es una falacia, una mentira atroz como el beso del hombre que va a desposarme, porque el amor es azul y la vida: la vida no se entiende en las honduras y tengo una tos convulsa y el cigarrillo para quedarme callada, yo no debo decir, no debo, excepto un horror de hierro una sinestesia ambulante en las palabras personales o el delirio que se conoce cuando se dice felicidad

Nada más, nada más

Y tanto
Y es posible perderse porque las nubes son azules y el cielo blanco en los dibujos de los niños. Un escritor famoso dijo que los niños lloran y se tiran del pelo después de haber jugado. Sonrío y le doy la razón, porque él jugaba a la rayuela conmigo y con mi mejor amigo.

No soy suave y no.
Y es intermitente el sonido cuando se hacen declaraciones amatorias con el cuerpo. Y una loca dijo: “alguien en mí me come y me bebe” y era yo, quiero decirle y disculparme, darle en ofrenda un concierto con la mujer del violín y mis poemas diminutos. Y a veces le dejo agua en su casita (mi mejor amigo vomitó una ciudad el otro día y se puso a señalar nombres de artistas pero yo le decía que todo eso era de sangre) y comida que hace Madre, que siempre es tan rica.

Tantas cosas en mi diario íntimo que no escribo. Tanta basura de auroras sobre el mármol de fresias.

No soy suave, no debiera ser suave.
G dice que soy hermosa y yo lo entiendo, el mar es siempre subcutáneo. Él me llamó a vivir y yo latía como un corazón enorme y toda esa música saliéndome en el ojo que supura,
pobrecito.

Cuando Sea huesos, basura pequeña, casi nada del todo en la urna hubo una inscripción, mañana: Yo traduje el amor que siento por Bukowski. 

1 Comment

  1. Que bello.

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