Nada. Retrato de un insomne, de Blake Butler



Estamos ante un libro difícil pero fascinante. Detestado por unos, adorado por otros, siempre provoca reacciones viscerales. Blake Butler ha retratado aquí el insomnio y sus asperezas y lo ha hecho mediante confesiones propias y documentos ajenos. Una de las grandes sorpresas es que estamos ante uno de esos libros híbridos que tanto me gustan a mí: a medio camino entre el diario, el ensayo, la memoria… La segunda sorpresa abarca las lecturas del autor, que me parecen muy maduras para alguien tan joven: Butler ha leído (y los admira y lo demuestra) a Jorge Luis Borges, a David Foster Wallace, a Thomas Bernhard, a David Markson, a Donald Barthelme… Y ha visto mucho cine: películas que ya sólo se ven en filmotecas o en las madrugadas de algunos canales especializados en cine intelectual. También, dada su juventud, Butler está totalmente familiarizado con el uso de las nuevas tecnologías, lo que aporta un toque de frescura, de modernidad, de inmediatez al flujo de conciencia con que nos seduce poco a poco, como si nos metiéramos en una enorme tela de araña construida con palabras.

Con ese bagaje es raro no engancharse a su hipnótica prosa, que posee la densidad de un sueño y nos habla del mundo caótico (con sobredosis de información) en el que vivimos, de la tortura mental que supone no conciliar el sueño, del bruxismo y de las alucinaciones, de la extrañeza de llegar a verse a sí mismo desde fuera cuando uno ha padecido varias noches sin dormir… Comprendo perfectamente lo que el autor nos cuenta, y cómo lo cuenta, y comprendo su angustia porque tengo bruxismo y hace años soporté varios episodios de insomnio. Eso sí: exasperará a los lectores inquietos. Abajo, unos extractos:

Los días perpetúan sus hábitos a lo largo del día. Aparecen Google, YouTube, Myspace, Facebook… En cada uno de estos sitios web, y en muchos otros similares, se añade nueva información segundo a segundo, bit a bit, alimentados por un número multibillonario de usuarios despiertos y online a todas horas. Aparecen fotografías de cabezas en más páginas, agregadas. Acumulamos claves que debemos recordar y preguntas y respuestas para recuperar nuestras claves, así como códigos escritos que intentan sonsacarnos las claves que hemos guardado en nuestra memoria. El correo spam se hacina en carpetas a menudo invisibles; contienen frases del estilo de “Me fui a dormir y, cuando me desperté, había más dinero en mi cuenta corriente”. Aparecen las láminas para refrescar el aliento, el Bluetooth, la radio por satélite y el hígado artificial. Se diagnostica un nuevo tipo de sonambulismo en personas que practican sexo o mantienen correspondencia electrónica mientras duermen. Se permite que el Botox se aplique al ser humano; ciento cincuenta años antes se lo conocía como botulismo. Abre al público el mayor centro comercial sobre la faz de la Tierra en China y se mantiene vacío desde entonces en un 99 por ciento de su capacidad. Cada vez menos personas necesitan caminar o hablar con frecuencia, porque ya existen máquinas que lo hacen por ellas. La gente sigue conservando la costumbre de reír. Se celebran fiestas. Ciertos individuos se proclaman dioses devueltos al mundo bajo forma humana y son asesinados o se suicidan. Los niños matan a otros niños en el colegio más a menudo y también más a menudo ingieren pastillas. Se inventan el parche anticonceptivo, el test para comprobar si nuestra bebida contiene alguna droga de la violación, el GPS. Aparecen el iPod y las réplicas de la competencia, cada modelo más pequeño que el anterior. Los cuerpos fabrican más cuerpos y esos cuerpos fabrican todavía más cuerpos: el método de fabricación, al menos, no varía en lo que se refiere a la manera de crear el cuerpo, si bien el cuerpo en sí ya no es indispensable. La gente sigue escribiendo sus propias frases, grabando música, pronunciando palabras, fotografiando, consumiendo y emitiendo. Se desarrolla la creación de carne artificial para sustituir miembros amputados o para regular los sistemas de ciertos corazones y cabezas. Las mascotas electrónicas se popularizan entre los más jóvenes, aunque por el hecho de ser electrónicas, no están desprovistas de la capacidad de morir. Se extiende la opinión de que las camas de bronceado son “tan letales como el arsénico o el gas mostaza”; aun así, su uso está más generalizado que nunca. El sonido es tan omnipresente que cuando se hace el silencio, uno se siente aterrado. Existen más libros que en cualquier otro momento anterior de la historia, más álbumes, películas, más ideas, que provienen de cuerpos y máquinas que respiran un aire cada vez más y más subdividido.

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Comienzas a verte a ti mismo dentro de ti mismo; casi puedes contemplar, como a vista de pájaro o persiguiendo tu cuerpo a lo largo de pasadizos y corredores, cómo reacciona tu complexión a lo que te espera. Cuentas los sonidos que emites, incluso si al mismo tiempo te es imposible detenerlos, detener la pérdida de control. Las horas se hacen más largas, pero extraes menos fruto de ellas. Te queda el sonido.

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Al cuarto día sin dormir, vi cómo aparecía en la pared de mi dormitorio la cara de un hombrecillo.

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Se sabe que la fatalidad de no dormir bien o de no dormir en absoluto causa daños que pueden conducir a la muerte […]. En los casos de la extraña afección que se conoce como insomnio familiar fatal, hasta el momento sólo documentada en cincuenta familias, la intensidad del insomnio aumenta gradualmente cuatro niveles en un intervalo que oscila entre los seis y los dieciocho meses, durante los cuales los afectados experimentan un pánico creciente y distintas paranoias en relación a su entorno doméstico que los lleva a una fulgurante pérdida de peso, demencia, un estado de enmudecimiento sin reacción a estímulos y, en ocasiones, a la muerte.

[Traducción de Rubén Martín Giráldez]

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