THE MASTER (2012, Paul Thomas Anderson). Mi primera Obra Maestra de 2013.

¡Ay!, la Realidad en el cine de ficción... hermosa quimera. Si Hollywood representa el entretenido realismo romántico de evasión, Eisenstein el realismo socialista de propaganda, Ozu el equilibrado y monótono realismo clásico, Buñuel el onírico surrealismo, Renoir el ñoño realismo poético burgués, Dreyer el nauseabundo realismo luterano, los neorrealistas el realismo naturalista urbano post apocalíptico, Azcona y Berlanga el realismo crítico patrio, Amélie el tontorrón realismo mágico de los mundos de yuppi y Kubrick consiguió lo imposible con su realismo abstracto interestelar, ahora resulta que Paul Thomas Anderson ha rodado dos películas magistrales que son dos cimas de otro tipo de realismo: el hiperrealismo. Porque este rostro es un rostro hiperrealista, o sea, un rostro excesivo.


Ah sí, las películas a las que me estoy refiriendo son Pozos de Ambición (2007) y su último y magnífico trabajo: The Master. Una película con una potencia visual deslumbrante, una película hipnótica, como Pozos de Ambición, pero, a la vez, decepcionante para los fans del Anderson más magnoliano entre los que no me incluyo. A mí es que me va más este otro de ahora, el que mezcla la épica y los universos antagónicos en colisión en lugar de esos multiversos paralelos jipis de su más admirada y célebre película.

The Master es el reverso tenebroso de El Quijote porque The Master es, como ya digo, la explosión resultante de la enésima revisión de la colisión más revolucionaria de la Historia de la Narrativa, la del místico contra el borracho, la de el Más Allá contra el Más Acá. Y es una revisión tenebrosa porque en la destilación se ha eliminado cualquier rastro de humor y se han invertido los papeles: el místico es un gordo terrenal y el borracho es un famélico alucinado.

Freddie Quell (Joaquin Phoenix, ¡Oscar para este señor ya!) es un ex combatiente de la Guerra del Pacífico. Es un obseso sexual, alcohólico y violento cuyos traumas le han deformado de tal manera que es incapaz de encajar en ningún puzzle de la nueva sociedad post WWII. Su existencia se cruza con la de Lancaster Dood (Philip Seymour Hoffman), un místico que se cree científico y que lidera una secta que se autodenomina La Causa. Entre estos dos personajes surge una insólita amistad. Es la atracción mutua de los sociópatas. El místico acoge bajo su protección al borracho al que invita a integrarse en esa "gran familia" que es La Causa y uno de sus objetivos será conseguir regenerar, mediante esperpénticas terapias pseudocientíficas, a Freddie, quien, a ojos del resto de la familia, no es sino un despojo irrecuperable. Pero el proyecto personal del Maestro tropezará con la obstinación del borracho porque ya sabemos todos que los borrachos siempre dicen la verdad y los borrachos desesperados siempre la buscan.


Todo en The Master es intrigante. Es una película oscura pese a estar maravillosamente fotografiada con unos brillantes colores saturadísimos. Es románticamente nihilista. Es claustrofóbica en los espacios abiertos. Tras verla, creo que la gran mayoría de nosotros nos preguntamos: "¿de qué va esta película?". Yo la he visto dos veces y aquí les dejo mi conclusión: The Master es una película que trata sobre la incansable, insoportable, inevitable, frustrante y extenuante búsqueda de respuestas a las preguntas que atormentan al ser humano. Es la angustia existencialista del quiero creer y no puedo.  Es una súplica al chamán para que nos muestre el milagro que ahuyentará nuestros males, nuestra tristeza, nuestra soledad, nuestra desolación, o sea, nuestro dolor.

La posible mala noticia pudiera ser el que The Master es la misma película que Pozos de Ambición (lo mismo que Django Desencadenado es la misma película que Malditos Bastardos) lo que, para algunos, puede significar un cierto agotamiento de su director. A mí no me importa. Por mi parte puede tirarse los próximos 150 años rehaciendo, una y otra vez, la misma historia.

La banda sonora es MAGNÍFICA (aunque plagie a un porrón de compositores del siglo XX), otra vez obra del guitarrista de Radiohead (un grupo que me da pampurria, por cierto), Jonny Greenwood (¡Oscar para este señor ya!. Ah, no, que no está nominado).

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