De ser posible, leer con música suave



A Jesús Borda, mi mejor amigo niño


Soñé con G. Es el recuerdo o la otredad del recuerdo. Yo te contaba los detalles y vos dijiste que no creés en el amor. Y entonces yo había atado con un piolín mi pecho al sueño para no morirme sin rojo sin azul sin mí. Jesús, nosotros pasamos horas teorizando sobre el amor, sin razón, vos ahí tan río tan árbol, yo tan pájara incorrecta. Todo es tan brusco a veces, y el tiempo pasa y no podemos decir que lo conocemos. Y así el tiempo y el amor son esa cosa que nombramos para convocar una señal, para recibir la tajada de belleza alguna puta vez. Lo terrible está cuando insistís en que el amor es una obra de Van Gogh y yo te digo que sí, que claro, que cómo hago para reconstruirme después de quedar cegada.
Todo es poesía. Y la poesía es un cuerpo vivo en evidencia.
Nos reímos, casi siempre, pero de qué. De nuestras vidas. El horror está vivo, también. La felicidad es un arma de doble filo y estamos de acuerdo.
Después, las miradas esenciales, debíamos descubrir muchas obras de arte donde quedar la mano escribiendo. Nosotros, Jesús, tenemos que teorizar sobre el arte.
Y te veo cargando una pila de libros y creo que van a durarte apenas cuatro o cinco días. No más. Para vos leer es un amante abriéndose de tumba, una música, la tos convulsa de los tulipanes, un corazoncito en la mano. Y sos tan niño y me da tanta pena verte feliz sabiendo que no te alcanzará la vida para toda esa lectura. Tan niño, Jesús, discutiendo sobre una obra de arte que se murió pero antes fue tiburón. Me explicabas –con todo tu amor- que el artista había puesto un tiburón en formol y las organizaciones protectoras de animales estuvieron en desacuerdo, y yo no entiendo qué mierda tiene que ver Ser con un animal muerto en una cajita de cristal, y me decís: la fragilidad.
Vayamos a un velorio, ahí tenés un museo, un finado, un muerto y nos reímos de nuevo, y no importa no tener motivos, nosotros nos reímos con la tristeza colgándonos del párpado, nosotros somos los artistas que tienen los ojos intervenidos. Y estamos hablando de los pájaros que pintan y hacen tajo en lienzos y me quejo pero me decís que te conmueve. Todo esto, Jesús, toda esta belleza había que escribirla, en mi carta, en una epístola cualquiera, donde se inscriba que nos provoca un dolor tonto pasarnos horas teorizando sobre el amor, y mis sueños con G, la vida que rima con risa pero no la toca, somos los pelotudos del horror sucesivo, la mortaja de los artistas venidos a menos y los nombramos y se hacen eternos en la voz que no tenemos, porque se nos hizo el silencio de pronto, porque nunca pudimos alcanzarlo.

Te conté sobre la estatua de bronce, era una luz dorada este amor circular. Es mirar el cuerpo de un hombre, brillante, completar la obra de arte. Soy caliente, las luces frotándose entre sí me enamoran. Deberías haberme prevenido: mirar es hacer crecer poemas para criarlos como hijitos retrasados. Pero me consolaste mandándome a dormir, dejando la almohada limpia y con olor a fresias, no es poco. Yo duermo y vos te soñás Cortázar y entonces escribís esa eternidad tortuosa y bella para pronunciar mal la R.
Y así nos iba la vida, Jesús. Un espejo hecho de fibras musculares contraídas capaz de no amputarse un brazo, nunca. Un espejo al que no le hace falta comprender el árbol porque ya es pájara y río.

Tenés razón cuando decís que el amor no existe. Por eso me quedaron dos muñones en vez de manos, tratando de alcanzarlo. ¿Cierto?

El sol sale siempre distinto por la misma ventana y yo soy un mueble más, iluminado: soy una cosa, un recuerdo de nosotros leyéndonos poesía, mirando a ver cuál de los dos se muere primero con todos esos libros para nada. Soy una cosa y vos otra cosa, sos el cuerpo de un niño, un poema de María Negroni aprendido de memoria. Sos tu padre y yo estoy presa y mi color preferido es el violeta, y a veces creo que voy a enloquecer y te arrastro como si no doliera, perdoname.
Y ahora llueve y estás haciendo la comida o planchando porque mamá no está y te hacés cargo de tu hermanito, y yo te veo sonreír mientras cantás una canción del flaco Spinetta, nos hubiese encantado conocerlo.
Llueve, pero solo vos que sos valiente abrís la puerta, en esa desesperación de ahogarte, infinita.

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