El perseverante deseo de ser piel roja

Ernesto Baltar se une a esa nómina de escritores gallegos que no han nacido en Galicia y ni son gallegos, más allá de un padre o un abuelo que ha salido del país brumoso. Estoy pensando en Roberto Bolaño, César Aira, Augusto Monterroso. Es como un chiste del Un, dos, tres... Supongo que al igual que no hace falta nacer en Bilbao para ser de Bilbao tampoco hará falta haber pisado Galicia para ser gallego. De todas formas EB nos visita cada verano y hacemos una de esas cenas o comidas solanescas y viriles de mojar mucho el pan en el aceite del pulpo. De tanto mojar pan y mezclarlo con tinto gordo de barrantes en esas comidas vemos cómo se le desvanece por momentos el acento madrileño y no sabemos si eso le prejudicará de alguna manera. Perjudicado o no, siempre vuelve a Sanxenxo, como Rajoy, todos los veranos, y lo apreciamos (a EB, digo) como el hombre tan normal y educado y sabio que sabemos que es. Pero una sabiduría de joven, de ver, comprender y digerir, sin fanfarronería alguna. Nadie más antirretórico y yo diría que antiliterario, a pesar de los nombres de escritores que salen en su libro, pues muchos de esos escritores son sólo parte del paisaje, como una iglesia o una plaza de una ciudad. Y así le ha salido un libro desnudo de cualquier fanfarronería retórica, con un tono que desdeña todo trampantojo pseudoartístico.

Ciudades en fragmento son unos diarios de viaje por distintas ciudades europeas, sobre todo. Puede que la palabra diarios sea un poco exagerada; es, más que un yo que se observa, o incluso que se da importancia, un punto de vista andante. Anota nombres de calles, describe en pequeños retazos esa vida que aparece ante sus ojos. Sus ciudades son, por supuesto, estados de ánimo. Una vida sostenida en la emoción. Es un "perro callejero" curioso, sensible, también con esa inocencia escrutadora del niño. Me hace gracia esa literatura actual que da por hecho que la fotografía y el cine han excluido la mirada del escritor de la literatura. Como si una fotografía fuese la realidad. Como si la realidad no fuese más que esa maravilla de la óptica, esa fantasía deliciosa. Y por cierto que las fotografías incluídas en el libro me parecen tan buenas como los fragmentos de prosa.

Cita EB a Ramón Gaya, que escribía sobre Galdós y sus paseos madrileños, destacando que el secreto de Galdós era "tratar a la realidad como a una igual suya, es decir, sin servilismo ni altanería y, claro, sin objetividad, sin el insulto de la objetividad." Es una definición perfecta de la relación de EB con la realidad; no pretende ser objetivo, pues es una pretensión delirante, absurda, pero tampoco pretende tapizar la realidad con sus caprichos personalísimos de gran hombre. Yo diría que su tono es lo mejor. Una voz en tono menor, íntimo. Sabemos que, escriba lo que escriba y de lo que escriba, sólo será alta literatura, alejada de pedanterías y rollos abstractos y engañifas teóricas.

Un libro escrito como sin querer, a ratos, forzado por la necesidad de escribir. El plan era sencillo:
"Caminar durante horas sin sentido y observar los objetos, las calles, los edificios, las personas. Estar fuera: de tu vida y de ti. O el perseverante deseo de ser piel roja, que decía Kafka."
Y por si fuera poco, le diríamos a un simple; además engancha. Sin crímenes ni látigos ni detectives suecos.

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