otra









Algún día lloverán estrellas y mi pecho desteñirá montañas.

Eleanor Smith

Por eso la mayoría de los seres humanos vive tan irrealmente; porque creen que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, desde luego. Pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría…”

Herman Hesse



Imagino ser princesa del medioevo, rosada y bella
luciendo apretados corsés que dejan casi al descubierto los senos
y faldas vaporosas que insinúan lazos de colores bajo ellas y luego,
las piernas largas y eternas que sonríen a los ojos astutos
que se relamen deseando sentir quizás,
la sensación de la tempestad que provocaría el sólo rozarlas.
Sin embargo, no soy ésa
sino ésta:
demacrada, pálida y fría
helado el cuerpo, incluso en verano
de inviernos constantes y ropas oscuras,
que pocas veces evapora la figura en la mezcla de alientos y alucinaciones y alcohol
de sexos libres y felices y salvajes.
Y ocultar o mentir sentimientos azules con acento catalán por temor a más rechazo, aún.
Decir blanco cuando en realidad es negro. O viceversa.
Anular las noches que fueron hechas para amar
rellenando cuestionarios de urgencias médicas con palabras carentes de flores
sin posibilidad de recuperar el tiempo perdido bajo las manos de Proust.
Y así,
fumarse las horas eternas sin un aquí y ahora mientras
el océano apaga toda posibilidad de que el humo esté en foco
alguna buena puta vez.




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