yo bendigo



isa marcelli




Siempre he considerado al suicidio
como un acto heroico, romántico y hasta perfumado:
el aroma de la pólvora de un reciente disparo o el de la sangre caliente que brota
luego de un corte profundo en las venas, por ejemplo.
Pensar que el alma quizás, alcance un poco de paz entre las luces dispersas de un más allá
que no sabemos o incluso, una grieta por donde filtrarse hacia lo desconocido.
Y entre tanto, la cobardía de seguir viviendo entre las tinieblas
de un sufrimiento absoluto y extremo que impide extender los brazos en medio del viento,
para atravesar la carne y acariciar al ser amado en noches de lluvias (para otros felices), pero inmensamente silenciosas y solitarias para uno mismo.
La ausencia de roces entre cuerpos. Los vestidos siempre pulcros de princesas infelices que nunca serán doncellas de cabaret del Moulin Rouge o dormir en sillones rotos a falta de camas anchas donde tirarse no sólo a descansar, sino también a lamerse los miembros.
No es digno vivir con tan poco. Sobrevivir en realidad.
Y como si todo esto no fuese suficiente, los vulgares repudian a los que se suicidan ignorando la herida que representa el existir apartado del lenguaje del poema que todo lo atraviesa menos a ellos que han  nacido para estar siempre afuera.
Bendigo al suicidio entonces. Santa cópula con el verdadero coraje:
el de abandonar el todo triste para sumergirse en una nada incierta coronada tal vez,
con inmaculadas y salvadoras flores blancas opiáceas que adormezcan para siempre,
aquellos dolores que desgarran a estos delirantes.




*

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*