El mapa de la huida

Hay un abismo entre mi percepción y la realidad; entre lo que mi cerebro cree que ocurre y lo que de verdad está ocurriendo pero, para bien o para mal, esa distancia insalvable entre lo que es y lo que sueño dejó de importarme hace mucho tiempo, en el momento en que decidí sobrevivir. El paisaje es mentira; es mentira este frío repentino de invierno, el hielo en las ramas del árbol desnudo que resiste en la plaza de Platería de Martínez. Parece de cristal. Cada noche, al volver a casa, me detengo delante de él (siempre pienso que la gente me mirará a mí igual que yo miro el árbol y se pensará que estoy loca) y admiro su resistencia.

Una batalla anónima.

Las escaleras de la estación de Sol han sido invadidas por la publicidad de una película infantil terrible. Me doy cuenta y pienso que Javi ha conseguido cambiarme la mirada y convertirme en una obsesa de la cartelería. Por las mañanas, mientras contestamos al correo y destripamos paquetes recién llegados de la imprenta, pone una música extraña y me explica que lo que escuchamos son sonidos guturales de los lapones; algo tradicional. Ante semejante revelación, me esfuerzo por apreciar la no-melodía y le digo que está aplicando conmigo técnicas propias de “La naranja mecánica”. Trabajamos y nos reímos. Las horas se pasan rápidas, con poco respiro y mucho que hacer; y, sin embargo, al mismo tiempo, cada segundo forma parte de una investigación cuyo objeto es desconocido.

Percibo el suelo resbaladizo bajo mis pies, intuyo la caída en picado y, ante la incapacidad para escribir (que últimamente es demasiado frecuente), me digo que encontraré en el cuerpo del otro el mapa de la huida. Porque, sin dejar de vivir en esa normalidad absoluta, de horas agradables y rutina, más allá de la oficina y de las calles seguras donde me refugio, me estoy acercando a un lugar en el que las palabras ya no sirven y algo me dice que sólo el tacto aplacará el dolor.

Escucho los nocturnos de Chopin y sé que estoy muy lejos, de nuevo a la intemperie, perdida en el territorio del asesino.

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