El diablo a todas horas – Donald Ray Pollock

Decía Chejov que si un clavo aparece al comienzo de un cuento, el protagonista tiene que acabar colgándose de él. Otras versiones afirman que si una pistola aparece al comienzo de un cuento, finalmente debe dispararse. Yo particularmente prefiero esta versión por ser más contundente; además lo de colgarse de un clavo no lo veo tan claro. En cualquier caso se refería a no utilizar elementos que no sean importantes. En este segundo libro de Pollock (primera novela), la sentencia chejoviana se da de manera literal: William Russell entrega a su hijo Arvin una Luger del ejército alemán de la II Guerra Mundial, de donde viene Russell algo tocado tras ver a un soldado crucificado y desollado vivo por los japoneses. Esta semiautomática se dispara en más de una ocasión a lo largo del libro. Pero también otras balas salen del tambor; las 38 milímetros del revólver de Carl Y Sandy, dos tarados que se dedican a recorrer las carreteras en busca de autoestopistas a quienes asesinar; o las del Sheriff Lee Bodecker, quien se saca un sobresueldo haciendo pequeños trabajos de "limpieza" para el matón de turno.

Igual de atormentados están Roy, predicador capaz de echarse por encima un bidón lleno de arañas en medio de la iglesia mientras pronuncia su discurso, o de creer que es capaz de resucitar a los muertos e intentar llevarlo a la práctica. En su viaje alucinatorio lo acompaña Theodore, paralítico homosexual y pedófilo medio enamorado de Roy. Otro personaje señalado por la marca del diablo es Preston Teagardin, también predicador, que se dedica a desvirgar y amaestrar a jóvenes para que, con solo chasquear los dedos, cumplan sus deseos sexuales más oscuros.

Pollock es capaz de hacer literatura con todos estos despojos humanos e, incluso, darle un tono de lirismo a la brutalidad más gratuita y despiadada. Si bien es cierto que en Knockemstiff  se apreciaba mayor belleza en la prosa (no en lo que te contaba que, por contra, era más brutal) la capacidad de impacto sigue siendo la misma. Cuando Pollock escribe parece que el diablo esté con él a todas horas.

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