Inventando la clandestinidad.


Inventando la clandestinidad
Por Juan Laborda Barceló

El "Back Room", al más puro estilo años 20.
Ayer me dijo una familiar mía, siempre al día, siempre en la brecha, que la última tendencia en Nueva York (referente por excelencia a la hora de crear tendencias…) son los bares clandestinos. Renacen, pues, los locales falsamente ilegales de la Ley seca que tan cinematográfica y vitalmente  persiguiera Eliott Ness. La ciudad más cosmopolita de unos EEUU, que acaban de apoyar el sueño descafeinado de Obama en una segunda legislatura, se reinventa.
Santo y seña cibernético, puertas camufladas y sin número, sótanos decorados con estética retro y cocktails sofisticados jalonan esta nueva moda. La reflexión se hace necesaria: ¿hacia dónde vamos? Quizá nuestra vacua y aburguesada existencia necesite recrear una realidad más excitante. Estos “incentivos” de peligro, convertidos en juegos de intriga, nos harán sentirnos vivos, pero siempre percibiendo que todo sucede desde detrás de la barrera. En ese espacio nos sentimos seguros, arropados por nuestra  hoy cuestionada sociedad del bienestar.
Me figuro que este tipo de establecimientos no proliferarán en ciudades como Mogadiscio, Bagdad o Moscú, donde el peligro es real y puede costarnos la vida. Esos pequeños bocados de realidad son un apetecible manjar en nuestro primer mundo. Aquí, tocan de lleno las más inconfesables pulsiones del hombre actual: catar una mínima, edulcorada e insuficiente dosis del peligro real viene a ser como tocar la piel de la manzana prohibida. Nos asomamos complacidos al abismo, pero sin sentir el verdadero aliento de la bestia rondando nuestra espalda.
Vivimos tiempos extraños. Necesitamos crear sofisticadas y verosímiles ficciones para conectar con nuestros instintos, los mismos que nos han llevado hasta los actuales límites de la evolución. Lo cierto es que el peligro real no tiene nada de excitante, ni de glamuroso, es el frío reflejo de una navaja que mientras se acerca es espectáculo, pero que al tocarnos se convierte en padecimiento.
Dicho todo esto, he de confesar que quiero ver los toros desde la barrera. Anhelo el momento de tener la oportunidad de cruzar el charco para iniciar tan menguadas aventuras…


Un ejemplo de los citados establecimientos:

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