Otoño ruso y pajaritos galleguistas

Si tuviese que definir el otoño gallego, ahora que ya nos ha llegado al hueso, diría que el otoño gallego es un otoño ruso. Al menos tal como me imagino el otoño ruso. Quizá toda la gran literatura rusa es un otoño con sabañones, un paisaje ahumado. El mismo humo aquí; humo o lo que sea; ni sube ni baja, y no de mañana, incluso de tarde tiene todo un color sucio, medio pintado a carboncillo. Se nos pone a todos un poco cara de ruso congestionado. Cara de susto. Las hojas del suelo están para pisarlas, pero ya las pisamos sin enterarnos de tan señores que somos; es el pie, siempre criatura, aplastando hojas como patatas fritas de bolsa. Y por ahí.

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Una de las razones que da el tertuliano ilustre en la radio sobre el éxito del PP en Galicia es que el PP es aquí un partido galleguista. Pero otra tertuliana aparta tal argumento, como mamarrachada, diciendo que si nos ponemos así hasta los pajaritos son galleguistas. No sé qué dice después, nada importante porque no le hago ya ni caso. Me quedo con esos pajaritos galleguistas. Incluso los veo, sobre las ramas de algún árbol. Y me río. ¿No sería eso acaso el paraíso como país, donde hasta los pajaritos serían galleguistas y puede que un poco folclóricos, verbeneros incluso?

No, quizá sea mucho decir. El PP, galleguista no. Si acaso se le vota mucho por gallego. Entiende el personal que es un partido gallego que ha salido a recorrer mundo. De ahí el puro de emigrante al que le han ido bien las cosas. Ahora Rajoy debería aparecérsenos de blanco, con sombrero panamá.

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