la sonrisa de Laura


Después de morir Laura estuve ocupada en ser nadie, Paqui, hasta siete meses. Estuve echada en el sillón tapizado, ya sabes, el de los cafés, viendo sin mirar la tele. Fueron tiempos muy malos en los que no me dolía nada, no sabes tú lo que es que no le duela a una nada. Es peor que morirse... A Laurita cuando le dolía lo más todavía sacaba alguna risa de vete a saber dónde y aún decía mami no pongas caras que aún me pondré peor y luego me ajustaba bien la bata por arriba que sabes siempre se me da la vuelta y yo ni lo advierto del despiste que llevo. A ti te parece, Paqui, que eso es duro y que lo he pasado mal remal pero yo no estaba por nada, hija, se me juntaban los días a puro mirarla pensando "hoy está un poquito mejor" y a veces hasta podíamos salir un rato a mirar los barcos desde el paseo de los Pajaritos y a la hora estábamos las dos como si nada estuviera mal y aún fuese a llegar mi Jaime del taller con una buena bolsa de churros como cada domingo, ¿te acuerdas?. Pobre Laurita, si la vieses el día del aniversario de Jaime, nena, me miró nada más levantarse de la cama arrastrando el suero con una cara de mujerona que espantaba a sus catorce, con aquella sonrisa de sol suya, y me dijo no vayas a estar triste hoy, mami, que hoy es el día de papá y si nos está viendo desde allá arriba se le va a girar el carácter, que ya sabes como era, anda ponte la falda colorada y la blusa esa tan bonita de rayas que le vamos a comprar un buen ramo después de desayunar. Y nos fuímos las dos la mar de contentas a verlo al Pinar. Ya ves, nena, dos semanas después la estábamos enterrando allá mismo en el Pinar al ladico de su papa a la pobretica mía. Toma un pañuelo anda, date aquí. No, no, eso, ahí mismo. Ya está, tonta. Y luego los siete meses esos de ser nada. Una pena. Ahí fue cuando me dió por pintar. Primero fueron cuadros de botijos y manzanas como los de los fascículos del cursillo pero me aburrí enseguida porque aquello era como dibujar el vacío, ni fú ni fá, así que un día me dió por dibujarla a ella con su palico del suero mirándome riendo, y luego ya muy sana corriendo por la orilla en los días de almuerzo con la familia de Jaime, y luego en el colegio, y en la universidad, y casada muy guapa de blanco con un buen mozo. ¿qué cosas, verdad? Así la veía crecer a mi niña del alma. Y así tengo la casa de cuadros, hermanita. Te cuento esto porque vino el mes pasado un hombre a llamar a la puerta de casa el día aquel del chaparrón, ¿te acuerdas?, cuando cayó una buena, que tú estabas con mamá en la residencia... Pues abrí y lo ví al pobre hasta las cejas de agua y lo hice pasar y le preparé un café. Sí, ya sé, ya sé, que hay mucho loco, que vaya con ojo, pero mira, nena, es que está una tan sola que... ya sé, ya sé, no me des la vara, que tienes razón, pero calla que te cuento. Que el hombre vendía unos libricos de cocina de esos de Planeta para hacer platos raros chinos y esas zarandajas y a lo primero le dije que no, que gracias, pero mira tú que me lo miro y el hombre estaba llorando como una cría. Pensé que era mojado de la lluvia, ya sabes, que iba empapado el pobre de punta a punta, pero no, que estaba el angelico a lágrima viva. Y me fijo que está mirando un cuadro de Laurita, el del comedor, en el que está con el disfraz de princesa de séptimo y su sonrisa de sol. Uy, que impresión, nena. Me dice que tenía una niña de unos quince que se mató el año pasado en colonias bajando un río, y que mi Laura es igual igual. Pobre hombre, lo tenías que haber visto. Estuvimos abrazados un rato largo, a mí se me puso la piel de gallina, Paqui, desde Jaime que no tocaba a un hombre de esa forma. Fue muy bonito, hija. Pobre señor, de verdad. Le regalé el cuadro y se puso muy contento y también le compré todos los libros esos que llevaba. Anda, calla, que no eran muy caros, Paqui, y además a mí los libros ni fú, si fue por Carlos. (Se llama Carlos) Dos meses dijo que se traía ya sin ingresar ni un duro, el bendito. Nos dimos los teléfonos y quedamos en vernos algún día a dar un paseo y charlar. También es viudo, nena, no me mires así.

Yo después me puse mejor, la semana esa estuve ordenando el piso. Sí, sí, ya sé. Ya tocaba. Anda, tonta, no te me emociones ahora. Y el sábado me fui a la peluquería y luego al rastro a comprarme una camisa bonita de esas que vende el señor Florencio. Y pasando por los puestos de los "jipis" me veo el cuadro de la Laurita colgando con los pósters de cine y las camisetas del argentino ese de la guerra. Veinte euros, nena. Veinte euros valía el cuadro de la Laurita. Pues me lo compré. Y... no, no, nena. Sí no me dolió, no creas. Me fui andando un rato sin saber muy bien a dónde con el cuadro bajo el brazo y me llegué al paseo de los Pajaritos a ver los barcos. Sin que me doliera nada. No sabes tú lo que es que no le duela a una nada...

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